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LECTURA # 3
LECTURA # 3
Clasificación de las
diversas teorías éticas
- Teorías
de la satisfacción.
- Teorías
libertarias individualistas
- Teorías libertarias de orientación
social
- Teorías de la excelencia o de la
perfección
- Eticas
formales
- Teorías, principios y reglas
bioéticas
Si consideramos la definición o contenido formal de lo
que consideran el Valor máximo, las distintas concepciones éticas pueden
dividirse en dos grupos fundamentales: las teorías de la satisfacción y las de
la excelencia. Téngase en cuenta, que todo intento de esquematización implica
de alguna manera simplificar lo que las distintas corrientes postulan. Sin
embargo, un esquema tiene la ventaja de
poder brindar una visión de conjunto que permite al lector que se inicia en la
ética, tener una idea somera de la diversidad de opiniones en este campo.
También llamadas "éticas del
bien", éticas consecuencialistas o
teleológicas. Tienen en común que todas, -de una u otra manera- consideran que
lo decisivo para que el ser humano escoja los valores éticos, es la mayor
cantidad de consecuencias favorables, en cuanto a satisfacción de los deseos se
refiere, que tienen aquellos comportamientos o normas de conducta que se
adopten. Conciben la ética como una reflexión (o teoría) sobre la satisfacción
de los deseos del hombre. De forma un poco simplificada, podríamos decir que
todas coinciden en afirmar que es bueno aquel objeto del deseo, permanente y
sin coacción que le ocasiona bienestar.
Dentro de las teorías éticas
consecuencialistas podemos hablar de dos subtipos de teorías: Las teorías libertarias
individualistas, las cuales comparten la idea de que el
objeto del deseo ético es individual y que la libertad consiste en poder
satisfacerlo.
Las teorías libertarias de orientación, el rasgo
que tienen en común es la eminencia que le dan a la ponderación de las
consecuencias que acrecienten la armonía social o que lleven a la eliminación
del conflicto. En ese sentido consideran que es valor ético todo aquello que
ayude a la convivencia social mutuamente satisfactoria, que sea la menos
conflictiva o que más acuerdo social genere. Por eso son también llamadas
éticas de la convivencia social armónica.
Teorías
libertarias individualistas: Entre ellas tenemos al:
EMOTIVISMO:
Hume, Ayer, Stevenson, son sus principales exponentes. Lo
principal acerca de esta corriente es que no existe ninguna referencia ética que trascienda el propio individuo: lo único que vale es el interés de
cada uno. La convivencia es algo que tenemos que aceptar en la medida que
"nos satisface" o rechazar en la medida que "nos molesta".
Pese a que la vida social requiere necesariamente ciertas limitaciones
"soportables", éstas deberían ser las mínimas necesarias para que
cada individuo pueda realizar su propia conducta moral privada. Las éticas
"postmodernas" son, en esencia, un gajo del motivismo
La
razón humana tiene que ver -únicamente- con la verdad o la falsedad de
"los hechos empíricos" y por tanto sólo se ocupa de ver los medios
eficaces para lograr los fines. La voluntad y los afectos no pueden ni
responder ni contradecir a la razón. Un afecto sólo puede ser irracional en
cuanto sea un medio falso para obtener un fin, pero como tal afecto no es ni
racional ni irracional.
De
ahí que la moral sea una cuestión de afectos y las reglas morales no puedan ser
consideradas como derivadas de la razón. Cuando rechazamos un homicidio no
decimos que sea malo porque haya sido contrario a los medios racionales
adecuados para que se llevara a cabo tal acto, sino porque tenemos un
sentimiento que nos dice que está mal. El emotivismo ético considera que las
proposiciones éticas no establecen nunca lo verdadero o lo falso, sino
simplemente "yo abomino esto" o "yo rechazo aquello", o
"yo estimo esta manera de comportarme". Para el emotivismo, el hecho
de que, por ejemplo, haya unanimidad en que la mentira es mala es una cuestión
simplemente de las ciencias sociales, pero no de la ética. Solamente da a
entender que una comunidad concreta (aunque sea universal) ha coincidido en
"preferir emocionalmente la verdad".
"OBSERVA
QUÉ CONSECUENCIA PROVOCAS Y SABRÁS LA QUE ES BUENA", con esto podemos con
una frase destacar la idea general del emotivismo.
ESPONTANEISMO
VITALISTA:
Nietzsche es el principal representante de esta corriente. Su afirmación básica
es que la ética no depende de reglas sino que es "fabricada" por el
instinto de poder que tiene el hombre y su tendencia a ejercer el dominio sobre
los demás. No hay límites a este instinto. El hombre tiene la
"obligación" de buscar la realización de esta espontaneidad vital sin
que nada se lo impida.
HEDONISMO:
Así formula
Epicuro la ética hedonista o del placer:
"El
principio y la raíz de todo bien es el placer del vientre...No sé qué idea me
forjaría acerca del bien... si suprimiese los placeres del beber y del comer,
del oído y de la vista y los de Venus".
Una
versión más refinada del placer es la de Bentham
Epicuro
abogaba por una vida de continuo placer como clave para la felicidad—el
objetivo de sus enseñanzas morales. Su gran perspicacia para satisfacer este
fin consistía en identificar el límite de nuestra habilidad para experimentar
el placer en cualquier momento.
El
mensaje epicúreo, sin embargo, con su enfoque sobre el placer como base natural
de la moralidad, tiene más fuerza para resistir. Cuando un epicúreo contempla
el placer lo hace ponderando más ampliamente el cómo lograr que éste se
maximice. Él puede abstenerse de ciertos placeres, pero actúa así para ganar
aún más placer en el futuro, de manera alguna para desechar el placer en sí
mismo.
DECISIONISMO
O PREFERENCIALISMO: Hare es el principal representante de esta corriente ética. Él
considera que toda conclusión de valor exige premisas de valor y que los
principios morales no se adquieren por medios cognitivos ni son autoevidentes.
Son las decisiones libres de cada uno las que hacen que uno valore una cosa y
no otra. Sin embargo Hare acepta que esa preferencia no es completamente
irracional ya que elegimos ciertos principios y los propugnamos para los demás
porque estamos convencidos que siguiéndolos podemos tener una vida más acorde
con nuestros deseos. De alguna manera Hare propugna que se trata de elegir
principios que satisfagan los deseos de todos. Por eso hay que saber aprovechar
los principios morales del pasado, porque muestran una experiencia acumulada de
siglos, pero hay que cambiarlos si se ve que ya no satisfacen los deseos del
presente. Para Hare, no hay -evidentemente- principios universales.
UTILITARISMO: Stuart Mill es considerado
el fundador del Utilitarismo. El valor ético máximo o último que él defiende es
el de la Utilidad. Este concepto se refiere a que las acciones humanas serán
consideradas como éticamente "buenas" en la medida que proporcionen
felicidad o bienestar; y "malas" en la medida que produzcan lo
contrario. En cualquier circunstancia lo que es imperativo será buscar aquella
conducta que comparada con otras produzca un mayor dividendo de bienestar para
el mayor número. El principio se centra en las consecuencias de los actos más
que en las acciones mismas. Ninguna acción está bien o mal en sí misma. Tampoco
pueden juzgarse las acciones por las intenciones o deseos del que las hace.
Solo las consecuencias son decisivas: romper una promesa, mentir, causar dolor,
matar, pueden ser buenas en ciertas circunstancias y malas en otras. En todos
los dilemas hemos de considerar aquel que produce el máximo beneficio al menor
costo.
La
objeción principal que se hace al utilitarismo globalmente considerado es de
que el principio de utilidad (beneficio de mucha gente) puede justificar la
imposición de un gran sufrimiento a una minoría. Esto va en contra del
principio de justicia: no puede ser legítimo que la felicidad de muchos se haga
a costa del sufrimiento de unos pocos.
Una
segunda objeción es que el utilitarismo se queda sin forma de argumentar con
respecto a la eticidad de determinadas acciones humanas. Parecería que es una
evidencia universalmente aceptada que matar a un inocente es una conducta
éticamente reprobable. Pero si para un determinado individuo es de enorme utilidad
matar a un inocente del que la sociedad no podría esperar ya nada ventajoso, el
utilitarismo no tendría argumentos para considerar que ese determinado acto es
ilícito ya que la sociedad ni se enterará nunca, ni se verá perjudicada.
Una
tercera objeción es que el criterio del "mayor número" o
"utilidad para la mayoría" es arbitrario y ambiguo. ¿Cuándo
empieza a ser "el mayor" número?. ¿El 90 o el 80 % de la
población? ¿La mitad más 1 o los 2/3?
Lo que realmente tiene importancia para la
evaluación del bienestar no es la cantidad de bienes que un individuo posea, si
no lo que consigue haciendo uso de éstos.
PRAGMATISMO
Y SOCIOLOGISMO: El primero representado por James y por Dewey, mientras que el segundo
lo esta por Durkheim. Los pragmatistas asumían, una concepción racional de la
verdad que en términos sociológicos se tradujo por una mayor sensibilidad para
escuchar el punto de vista de los actores sociales. Fue así como la historia
social europea pasó a verse substituida en la sociología de Norteamérica por
las historias de vida. El sociologismo afirma que la ciencia es un producto de
la sociedad, que los científicos crean los hechos, ignoran la existencia de la
realidad, la sociedad influye en la ciencia, ya que es ésta quien dicta lo que
hay que investigar. Las tesis sociologistas no admiten que la ciencia sea un
conocimiento universal.
MARXISMO:
Obviamente
que postulado por Marx y también por Engels, ellos postulan que
"bueno" es lo que permite construir la sociedad sin clases o lo que
respeta la estabilidad de la sociedad sin diferencias socioeconómicas.
ALTRUISMO:
Adam Smith,
es su principal exponente. La base de la moral es la simpatía por los
semejantes. Para Smith y su psicologismo altruista, el valor y el contenido de
la conciencia moral se derivarían de un sentimiento de simpatía. Este sería el
sentimiento moral básico que haría que desaprobemos ciertas acciones y
abriguemos otras. Las reglas morales son pues una generalización de
sentimientos de simpatía por ciertas acciones que se encuentra en la
interacción social hasta llegar al consenso. Se daría un proceso como el
siguiente: 1_. Hago un acto, el otro lo aprueba (simpatía); apruebo su
aprobación (simpatizo con su simpatía), y este es el juicio moral de aprobación
referente a mi propio acto o 2_ El otro desaprueba mi acto (antipatía), apruebo
esta desaprobación (o simpatizo con esta antipatía) y es el juicio moral de
desaprobación de mi acto. El juicio moral que concierne a mi acción es una
simpatía que pasa por la simpatía del otro, es decir, es altruista.. Y dentro
de estos, tenemos al Altruismo evolucionista que considera que
"bueno" es lo que favorece la conservación de la especie.
POSITIVISMO
O LEGALISMO:
su lema es que lo "bueno" es lo que está mandado por la ley. Si
existe una ley legítimamente establecida por los representantes del pueblo
democráticamente elegidos eso es lo que hay que cumplir para poder convivir
socialmente. Más allá que la "verdad" encontrada por los
representantes elegidos, no es posible.
En
resumen, las teorías consecuencialistas son todas relativistas, es decir, no
tienen un criterio universalmente válido para juzgar las acciones humanas
sino que las valoran según las circunstancias en las que se llevan a cabo y
especialmente de la simpatía o antipatía que por ellas tengan las personas, los
grupos o las sociedades.
Se pueden incluyen aquí tanto las llamadas
éticas deontológicas como las teleo-lógicas o de la finalidad del ser
humano (telos=fin). Ambas, de una u otra manera dan por supuesto que hay un
ideal específicamente humano para el hombre, que éste puede llegar a conocer
por medio de la razón. Ejerciendo esta capacidad el hombre puede llegar
justificar por qué se deben defender determinados valores o normas. El ideal
ético variará según cuales sean las teorías: podrá ser el de comportarse
"de acuerdo con lo que le indica la razón", "cumplir la ley
universalmente válida", llevar a cabo el "ideal de perfección creado
por Dios", la "adecuación a la naturaleza del hombre", etc. En
las teorías de la excelencia, el ideal ético es el que juzga qué valor tienen
las consecuencias; no al revés, como sucedía con las teorías de la
satisfacción. Son también llamadas deontologismos porque mantienen que ciertas
características -formales- de los actos humanos, que no son sus consecuencias,
hacen correcta o incorrecta una acción. En ese sentido, para la mayoría de los
autores deontológicos, hay actos que siempre son reprobables, como por ejemplo
el mentir, el matar, el traicionar, etc.
DEONTOLOGIA
KANTIANA:
Para Kant las consecuencias de una acción son irrelevantes. Una acción es
legítima cuando está de acuerdo con el imperativo categórico: "Actúa
solamente según aquella máxima que puede ser convertida en ley universal".
Este criterio es también llamado el Principio de la universalización. Para Kant
y sus seguidores, la única manera que tiene la mente humana para saber cómo
debe actuar es preguntarse si una determinada ley puede ser aceptable
universalmente. Así por ejemplo, no podría ser nunca aceptada por todos los
seres humanos una ley que dijese: debes mentir. En cambio sí la que mandase
decir siempre la verdad. ". Esto implica que cada persona tiene un
valor en sí mismo por el hecho de ser racional, y por tanto posee una voluntad
autónoma autolegislante que es inalienable.
Para
Kant la racionalidad confiere a cada uno un valor intrínseco. En ella reside la
fuente última de la moralidad. El imperativo categórico es un imperativo que
debe ser seguido por todo ser humano racional. Sólo una cosa es buena: la buena
voluntad. Pero... ¿qué es una buena voluntad?: la voluntad que actúa sólo por
el cumplimiento del deber o sea, con máximas que cumplen el imperativo
categórico. No es pues el motivo que subyace a nuestras acciones, lo que
determina el carácter moralmente bueno de un acto, ni los resultados, ni
nuestros sentimientos, sino la universalidad de la norma aceptada por la
razón.
Hay
cuatro características principales en la teoría kantiana:
1. La insistencia en que el ideal de vida para
el hombre consiste en la aceptación a ciertas normas o mandamientos expresados
en imperativos universales que se mantienen para todos los seres humanos sin
excepción (el imperativo categórico)
2. La insistencia de que los imperativos morales
son incondicionales: es decir innegociables, no cambiables por otros;
absolutos: sin excepciones; supremos: predominan sobre todos los otros
imperativos en caso de que existan conflictos.
3. La insistencia de que la voluntad a la que
el sujeto se somete no pertenece a otra persona sino a él mismo; y reside
en su capacidad de raciocinio, a través de la cual llega a encontrar los
principios universales. (A esto se llama autonomía moral).
4. La insistencia especial en ciertos valores
éticos como la autonomía, la libertad, la dignidad, el auto-respeto y el
respeto por los derechos individuales, que han sido considerados valores
esenciales desde la Revolución francesa hasta la actualidad.
RACIONALISMO:
Expuesto
por Hegel y Schellin entre otros, ambos de una u otra manera van a decir que el
criterio fundamental para juzgar lo que es bueno, es lo que resulta coherente
con la racionalidad humana.
ETICA
DEL DISCURSO O DE LA ACCION COMUNICATIVA: Habermas, Apel, y Adela Cortina
como principales exponentes. Para estos, es "bueno" lo que la
"comunidad de acción comunicativa" encuentra como tal, por medio del
diálogo igualitario y racional.
Apel
busca, pues, una ética que tenga un criterio de universalidad y al mismo tiempo
que permita encontrar contenidos concretos aplicables a la interacción humana.
Es en el "hecho" de que los hombres interactúan entre sí a través de
argumentación, del diálogo, de la discusión, donde estos autores se ubican para
extraer de ese "facto" los valores éticos universalmente válidos; es
decir, parten de que la "práctica" comunicacional de todos los
hombres es el "factum" innegable y universal apropiado para
fundamentar los cimientos de la moral. Nadie puede desconocer que todo hombre
racional interactúa a través de la comunicación con los demás. Quien quisiera
negar ese hecho, ya está argumentando y "practicando" la
comunicación. Entendiéndolo así, la práctica humana de la comunicación es el
punto de partida en la que Apel y sus seguidores creen ver esa base firme para fundamentar
una ética que sea al mismo tiempo formal (universalmente aceptada) y material
(que permita a los hombres solucionar los problemas de la práctica).
ETICA
INTUICIONISTA: Moore admite hechos éticos definitivos. Por ejemplo, decir que mentir
es bueno, puede representar un hecho directamente observable como que el cielo
es azul. Eso lo capta el ser humano simplemente por intuición. "Si se me
pregunta qué es bueno, mi respuesta es que lo bueno es bueno, y con ello se
termina la cuestión. O si se me pregunta cómo hay que definir el bien, mi
respuesta es que no se puede definir, sin que se pueda decir más al
respecto"
ETICA
VALORATIVA:
Max Scheler que postula que todo deber encuentra su fundamento en el valor.
Para este autor el valor no se funda en el imperativo categórico universal (el
deber) tal como lo plantea Kant, sino a la inversa. Es la norma la que tiene su
fundamento en los valores, es decir, la que pone en práctica a los valores.
Estos son objetivos, es decir, independientes de la conciencia y pueden ser conocidos
porque existe en el hombre una "capacidad estimativa"
intuitiva, que le permite al hombre captarlos y así discriminar las
acciones buenas de las malas en su práctica ética. Para Max Scheler el valor
por excelencia es la persona humana, por eso bien puede incluírselo entre los
personalismos éticos.
ETICA
ARISTOTÉLICA Y TOMISTA: Aristóteles y Tomás de Aquino son los precursores de esta
etica. Para la ética clásica y medieval el bien del hombre es realizar el fin o
su esencia tal como se puede percibir en su naturaleza. La conducta moral está
marcada por la concordancia con ese fin. Ambos autores consideran que la
rectitud de las acciones es algo determinado por la misma naturaleza de las
cosas, no por las leyes positivas, costumbres o preferencias afectivas. La
naturaleza de las cosas puede ser descubierta por la razón y reflexión pero no
es creada por la razón. El ser humano tiene una naturaleza que comparte con el
resto de los seres creados y una naturaleza racional, cuya ley es la que debe
seguir en sus actos. La razón es la fuente de la moralidad porque es la que
descubre a la ley natural que siempre tiende a un único principio: "hay
que hacer el bien y evitar el mal". El bien es aquello a lo que tienden
nuestras inclinaciones naturales especialmente las de la razón. Con la
reflexión sobre cuales son nuestras inclinaciones naturales de tipo biológico,
personal y social, el hombre puede establecer un cuerpo de principios morales y
reglas que sean iguales para todos los tiempos, pueblos y lugares. Todos los
hombres pueden reconocer la ley natural, pero es natural también, reconocer que
Dios haya querido revelar de forma explícita a los hombres, cual es el fin de
nuestros actos y la plenitud de la sabiduría.
La
posición "iusnaturalista" de los aristotelismos y tomismos, sostiene
que las acciones no se pueden legitimar por las consecuencias. Para estos
autores hay acciones que son inmorales en sí mismas, con independencia de las
posibles circunstancias y sean cuales fueren las consecuencias; así, el falso
testimonio, la traición a la lealtad y la exclusión de toda procreación, la
muerte del inocente, etc.
Puede
afirmarse que lo que se contiene bajo la denominación de Bioética, en lo que
tiene de disciplina doctrinal, es expresable a través de un conjunto de principios
y de un conjunto de reglas. No se trata de reducir las doctrinas
bioéticas a esos conjuntos de principios o de reglas que, en todo caso, no son
exentas, como si aquellos fueran meros sistemas proposicionales. Son doctrinas
referidas a situaciones reales planteadas por la vida real, ya sea considerada
en situaciones singulares propias de la dinámica hospitalaria, como en las
situaciones globales con las que se enfrenta la política mundial relativa, por
ejemplo, al control de la natalidad o la distribución de alimentos para el
tercer mundo. Pero sí tiene sentido considerar a tales conjuntos de principios
o de reglas como los centros de atribución más significativos en el total del
contenido de la disciplina.
Las
declaraciones de «principios» constituyen, de hecho, una de las actividades más
características de la disciplina bioética. En muchas ocasiones estas
declaraciones son ratificaciones o «recuperaciones» de principios propuestos
con anterioridad a la constitución de la Bioética como disciplina (Código de
Nüremberg o Declaración de los Derechos Humanos en 1948; Declaración de
Helsinki de 1964). Podríamos poner por caso la Declaración universal sobre
el genoma y derechos humanos del Comité de Bioética de la UNESCO de 1997.
Han adquirido un predicamento especial tres principios incluidos en el llamado Informe
Belmont, propuesto por la comisión del Congreso de los Estados Unidos que
trabajó durante los años 1974 a 1978 —el «principio de autonomía», el
«principio de beneficencia» y el «principio de justicia»— a los cuales se
agregó, en otras propuestas, el «principio de no-maleficencia», como es el caso
de la propuesta de T.L. Beauchamp (que fue miembro de la Comisión Belmont) y
J.F. Childress, en su libro Principles of Biomedical Ethics (Oxford
University Press 1979, 3ª ed. 1984).
La
propuesta de reglas es explícitamente diferenciada de la propuesta de
principios en muchas ocasiones. Por ejemplo, en el Convenio de Asturias
del Consejo de Europa, antes citado, se establece como regla general el
contenido del artículo 5 del capítulo II, sobre el consentimiento
(«regla general: una intervención en el ámbito de la sanidad sólo podrá
efectuarse después de que la persona afectada haya dado su libre e informado
consentimiento»).
¿Qué
hay detrás de esta distinción entre principios y reglas, utilizada en diverso
grado en la disciplina bioética? La propia distinción entre principios y
reglas sólo puede ser analizada adecuadamente mediante un tratamiento filosófico,
o dicho de otro modo: la distinción desborda cualquier tratamiento meramente
técnico o categorial, aunque no sea más que porque la distinción aparece en
contextos categoriales muy diferentes. Y esto significa que la distinción entre
principios y reglas no es exenta, sino que ella está inmersa en
una constelación de ideas cuyas relaciones aparecen establecidas en función del
sistema filosófico, explícito o implícito, desde el cual se consideren. Por
ello mismo, un cambio en la consideración de una proposición dada como
principio o como regla, puede significar un cambio radical en la consideración
filosófica de la disciplina de referencia
Principialismo
o la denominada "ética de los principios" o
"principialismo". En efecto, fue en 1974 cuando el Congreso de EE.UU.
creó la National Comisión for the protection of Human Subjects of Biomedical
and Behavioral Research, con la indicación de que llevara a cabo una amplia
investigación y estudio a fin de identificar los principios éticos básicos que
deberían orientar la investigación con seres humanos en las ciencias del
comportamiento y en biomedicina. Cuatro años después, el grupo de expertos
publicó el que se puede considerar como el documento más importante de la
bioética norteamericana: el Informe Belmont. Los expertos, tras hacer hincapié
en la dificultad de aplicar los códigos históricos -como, por ejemplo, el de
Nuremberg- al problema que les había sido encomendado, elevaron a consideración
de los legisladores unos "principios éticos básicos" entre aquellos aceptados
por la tradición del país, que consideraron particularmente relevantes: los
principios de respeto por las personas (hoy más conocido como "principio
de autonomía"), beneficencia y justicia. La Comisión reconocía que otros
principios también podrían ser relevantes, pero hacía énfasis en el valor de
estos tres. Además, entre las aplicaciones más inmediatas de los tres
principios éticos básicos destacaban el "consentimiento informado"
(que debería contener tres elementos: información, comprensión y voluntariedad),
la "evaluación del riesgo y el beneficio", y la "selección de
los sujetos". En suma, un documento breve, que supuso un nuevo enfoque
metodológico y procedimental, en el modo de juzgar la validez ética de las
acciones médicas.
Los
agentes de la relación médico-paciente pueden reducirse al final a tres: el
médico, el enfermo y la sociedad, cada uno de ellos con una significación moral
específica. Así el enfermo actúa guiado por el principio moral de autonomía;
el médico, por el de beneficencia y la sociedad por el de justicia.
De forma natural, la familia se proyecta en relación al enfermo por el
principio de beneficencia y en este sentido actúa desde el punto de vista
moral, de una forma muy parecida a la del médico, en tanto que la dirección de
la unidad asistencial, los gestores del seguro de enfermedad (de existir éste)
y las autoridades competentes, tendrán que mirar y preocuparse, sobre todo, por
salvaguardar el principio de justicia. Esto pone en evidencia, de manera
irrefutable, que en la relación médico-enfermo están siempre presente,
interactuando entre sí, si se quiere de forma dialéctica y necesaria, esas tres
dimensiones: la de autonomía, beneficencia y justicia, y que es bueno que así
sea 1,4. Así las cosas, si el médico y la familia se pasarán o
intercambiaran con armas y bagajes de la beneficencia a la justicia, sin lugar
a dudas la relación sanitaria sufriría de modo irremisible, como sucedería
también si el enfermo renunciara a actuar como sujeto moral autónomo. Una vez
más: los tres factores son esenciales, lo cual no significa que siempre hayan
de resultar complementarios entre sí, pudiendo en ocasiones resultar
conflictivos; por ejemplo no siempre es posible respetar por completo la
autonomía sin que sufra la beneficencia y respetar esta sin que se resienta la
justicia. Esto pone en evidencia la necesidad de tener siempre presente los
tres principios ponderados de manera adecuada en cada situación concreta.
Juan Manuel Carrera
Estudiante
de Medicina de la Universidad Buenos Aires.
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