El arte de amar es una obra con la que Erich
Fromm ha ayudado a varias generaciones a reflexionar sobre el amor y a
responder a algunas preguntas aparentemente sencillas: ¿qué
significa amar? ¿Cómo desprendernos de nosotros mismos para experimentar este sentimiento…?
Fromm nos explica que el amor no es sólo una relación personal, sino un rasgo de madurez que se manifiesta en diversas
formas: amor erótico, amor
fraternal, amor filial, amor a uno mismo…
Nos dice también que el amor no es algo pasajero y mecánico, como a veces nos induce a creer la sociedad de hoy. Muy al
contrario, el amor es un arte, el fruto de un aprendizaje. Por ello, si
queremos aprender a amar debemos actuar como lo haríamos si quisiéramos aprender cualquier otro arte, ya sea la música, la pintura, la carpintería o el arte de la medicina. O, por lo
memos, no dedicar nuestra energía
a lograr el éxito y el dinero,
el prestigio y el poder, sino a cultivar el verdadero arte de amar.
Erich Fromm
El arte de amar
Título original: The Art of Loving
Erich Fromm, 1956
Traducción: Noemí
Rosenblatt, Bernardo Moreno
Diseño/retoque portada: Gigio
Editor original: Gigio
ePub base v2.0
PREFACIO
La lectura de este libro defraudará a quien espere fáciles enseñanzas en el arte de amar. Por el
contrario, la finalidad del libro es demostrar que el amor no es un sentimiento
fácil para nadie, sea
cual fuere el grado de madurez alcanzado. Su finalidad es convencer al lector
de que todos sus intentos de amar están condenados al fracaso, a menos que procure, del modo más activo, desarrollar su personalidad
total, en forma de alcanzar una orientación productiva; y de que la satisfacción en el amor individual no puede lograrse sin la capacidad de amar
al prójimo, sin humildad,
coraje, fe y disciplina. En una cultura en la cual esas cualidades son raras,
también ha de ser rara la
capacidad de amar. Quien no lo crea, que se pregunte a sí mismo a cuántas personas verdaderamente capaces de
amar ha conocido.
Pero la dificultad de la empresa no debe
inducir a que se abstenga uno de tratar de conocer las dificultades y las
condiciones de su consecución.
A fin de evitar complicaciones innecesarias he procurado tratar el problema, en
la mayor medida posible, en un lenguaje no técnico. Por la misma razón
he hecho la menor cantidad de referencias a la literatura sobre el amor.
Otro problema que no pude resolver en forma
enteramente satisfactoria, fue el de evitar la repetición de ideas expuestas en algunos de mis libros
anteriores.
En particular, es el lector familiarizado
con El miedo a la libertad, Ética y psicoanálisis
y Psicoanálisis de la
sociedad contemporánea, quien
encontrará en
el presente libro muchas ideas expresadas ya en aquellos. Sin embargo, El arte
de amar en modo alguno es una recapitulación. Presenta muchas ideas más allá de
las anteriormente expresadas, y, como es natural, también las viejas adquieren a veces
perspectivas nuevas por el hecho de centrarse alrededor de un tema, el del arte
de amar.
ERICH FROMM
Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no
puede hacer nada, no comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero
quien comprende también
ama, observa, ve… Cuanto
mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor… Quien cree que todas las frutas maduran al mismo tiempo que las
frutillas nada sabe acerca de las uvas.
PARACELSO
Capítulo 1: ¿ES EL AMOR UN ARTE?
¿Es el amor un arte?
En tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno «tropieza» si tiene suerte?
Este libro se basa en la primera premisa, si bien es indudable que la mayoría de la gente de hoy cree en la segunda.
No se trata de que la gente piense que el
amor carece de importancia. En realidad, todos están sedientos de amor; ven innumerables películas basadas en historias de amor
felices y desgraciadas, escuchan centenares de canciones triviales que hablan
del amor, y, sin embargo, casi nadie piensa que hay algo que aprender acerca
del amor.
Esa peculiar actitud se basa en varias
premisas que, individualmente o combinadas, tienden a sustentarla. Para la
mayoría de la gente, el
problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en
la propia capacidad de amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor. Para alcanzar ese objetivo, siguen varios
caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo
permita el margen social de la propia posición. Otro, usado particularmente por las mujeres, consiste en ser
atractivas, por medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc. Existen otras
formas de hacerse atractivo, que utilizan tanto los hombres como las mujeres,
tales como tener modales agradables y conversación interesante, ser útil, modesto, inofensivo. Muchas de las
formas de hacerse querer son iguales a las que se utilizan para alcanzar el éxito, para «ganar amigos e
influir sobre la gente». En realidad, lo que para la mayoría de la gente de nuestra cultura equivale a digno de ser amado es,
en esencia, una mezcla de popularidad y sex-appeal.
La segunda premisa que sustenta la actitud
de que no hay nada que aprender sobre el amor, es la suposición de que el problema del amor es el de un
objeto y no de una facultad. La gente cree que amar es sencillo y lo difícil encontrar un objeto apropiado para
amar —o para ser amado por él—. Tal actitud tiene varias causas,
arraigadas en el desarrollo de la sociedad moderna. Una de ellas es la profunda
transformación que se produjo en
el siglo veinte con respecto a la elección del «objeto amoroso». En la era
victoriana, así como
en muchas culturas tradicionales, el amor no era generalmente una experiencia
personal espontánea que podía llevar al matrimonio. Por el contrario,
el matrimonio se efectuaba por un convenio —entre las respectivas familias o por medio de un agente
matrimonial, o también
sin la ayuda de tales intermediarios; se realizaba sobre la base de
consideraciones sociales, partiendo de la premisa de que el amor surgiría después de concertado el matrimonio—. En las últimas
generaciones el concepto de amor romántico
se ha hecho casi universal en el mundo occidental. En los Estados Unidos de Norteamérica, si bien no faltan consideraciones
de índole convencional,
la mayoría de la gente
aspira a encontrar un «amor romántico», a tener una experiencia personal del amor que lleve luego al
matrimonio. Ese nuevo concepto de la libertad en el amor debe haber acrecentado
enormemente la importancia del objeto frente a la de la función.
Hay en la cultura contemporánea otro rasgo característico, estrechamente vinculado con ese
factor. Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio
mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los
negocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El
hombre (o la mujer) considera a la gente en una forma similar. Una mujer o un
hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir. «Atractivo» significa
habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales
hay demanda en el mercado de la personalidad. Las características específicas que hacen atractiva a una persona
dependen de la moda de la época, tanto física como mentalmente. Durante los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, una joven que bebía y fumaba, emprendedora y sexualmente
provocadora, resultaba atractiva; hoy en día la moda exige más
domesticidad y recato. A fines del siglo XIX y comienzos de éste, un hombre debía ser agresivo y ambicioso —hoy tiene que ser sociable y tolerante— para resultar
atractivo. De cualquier manera, la sensación de enamorarse sólo
se desarrolla con respecto a las mercaderías humanas que están
dentro de nuestras posibilidades de intercambio. Quiero hacer un buen negocio;
el objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social y, al
mismo tiempo, debo resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y
potencialidades manifiestas y ocultas. De ese modo, dos personas se enamoran
cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado,
dentro de los límites impuestos por
sus propios valores de intercambio. Lo mismo que cuando se compran bienes raíces, suele ocurrir que las
potencialidades ocultas susceptibles de desarrollo desempeñan un papel de considerable importancia
en tal transacción. En una cultura
en la que prevalece la orientación
mercantil y en la que el éxito
material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para
sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de
intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo.
El tercer error que lleva a suponer que no
hay nada que aprender sobre el amor, radica en la confusión entre la experiencia inicial del «enamorarse» y la situación permanente de «estar» enamorado, o, mejor
dicho, de «permanecer» enamorado. Si dos personas que son desconocidas la una para la
otra, como lo somos todos, dejan caer de pronto la barrera que las separa, y se
sienten cercanas, se sienten uno, ese momento de unidad constituye uno de los más estimulantes y excitantes de la vida. Y
resulta aún más maravilloso y milagroso para aquellas
personas que han vivido encerradas, aisladas, sin amor. Ese milagro de súbita intimidad suele verse facilitado si
se combina o inicia con la atracción
sexual y su consumación.
Sin embargo, tal tipo de amor es, por su misma naturaleza, poco duradero. Las
dos personas llegan a conocerse bien, su intimidad pierde cada vez más su carácter milagroso, hasta que su antagonismo, sus desilusiones, su
aburrimiento mutuo, terminan por matar lo que pueda quedar de la excitación inicial. No obstante, al comienzo no
saben todo esto: en realidad, consideran la intensidad del apasionamiento, ese
estar «locos» el
uno por el otro, como una prueba de la intensidad de su amor, cuando sólo muestra el grado de su soledad
anterior.
Esa actitud —que no hay nada más
fácil que amar— sigue siendo la
idea prevaleciente sobre el amor, a pesar de las abrumadoras pruebas de lo
contrario. Prácticamente no
existe ninguna otra actividad o empresa que se inicie con tan tremendas
esperanzas y expectaciones, y que, no obstante, fracase tan a menudo como el
amor. Si ello ocurriera con cualquier otra actividad, la gente estaría ansiosa por conocer los motivos del
fracaso y por corregir sus errores —o
renunciaría a la actividad—. Puesto que lo último es imposible en el caso del amor, sólo parece haber una forma adecuada de
superar el fracaso del amor, y es examinar las causas de tal fracaso y estudiar
el significado del amor.
El primer paso a dar es tomar conciencia de
que el amor es un arte, tal como es un arte el vivir. Si deseamos aprender a
amar debemos proceder en la misma forma en que lo haríamos si quisiéramos aprender cualquier otro arte, música, pintura, carpintería o el arte de la medicina o la ingeniería.
¿Cuáles son los pasos necesarios para
aprender cualquier arte?
El proceso de aprender un arte puede
dividirse convenientemente en dos partes: una, el dominio de la teoría; la otra, el dominio de la práctica. Si quiero aprender el arte de la
medicina, primero debo conocer los hechos relativos al cuerpo humano y a las diversas
enfermedades. Una vez adquirido todo ese conocimiento teórico, aún no soy en modo alguno competente en el
arte de la medicina. Sólo
llegaré a
dominarlo después de mucha práctica, hasta que eventualmente los
resultados de mi conocimiento teórico
y los de mi práctica se fundan en
uno, mi intuición, que es la
esencia del dominio de cualquier arte. Pero aparte del aprendizaje de la teoría y la práctica, un tercer factor es necesario para llegar a dominar
cualquier arte —el dominio de ese
arte debe ser un asunto de fundamental importancia; nada en el mundo debe ser más importante que el arte. Esto es válido para la música, la medicina, la carpintería y el amor—. Y quizá
radique ahí el motivo de que la
gente de nuestra cultura, a pesar de sus evidentes fracasos, sólo en tan contadas ocasiones trata de
aprender ese arte. No obstante el profundo anhelo de amor, casi todo lo demás tiene más importancia que el amor: éxito, prestigio, dinero, poder; dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de alcanzar esos
objetivos y muy poca a aprender el arte del amor.
¿Sucede acaso que sólo se consideran dignas de ser aprendidas
las cosas que pueden proporcionarnos dinero o prestigio, y que el amor, que «sólo»
beneficia al alma, pero que no proporciona ventajas
en el sentido moderno, sea un lujo por el cual no tenemos derecho a gastar
muchas energías? Sea como fuere,
este estudio ha de referirse al arte de amar en el sentido de las divisiones
antes mencionadas: primero, examinaré la teoría
del amor —lo cual abarcará la mayor parte del
libro—, y luego analizaré la práctica del amor, si bien es muy poco lo
que puede decirse sobre la práctica
de éste como en
cualquier otro campo.
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