Estimados alumnos de ética médica:
Estoy subiendo textos nuevos, no indicados todavía en el listado de lecturas obligatorias, pero no se confundan. El arte de amar, de Erich Fromm, no es todavía una lectura obligatoria. Estoy pensando qué hacer con ella en esta asignatura.
viernes, 29 de julio de 2016
El arte de amar epílogo biográfico
EPÍLOGO BIOGRÁFICO: EL AMOR EN LA VIDA DE ERICH FROMM
Al publicar Erich Fromm El arte de amar,
antes de cumplir los 50 años,
se convirtió en
el primer científico que
consideraba digno de publicarse un libro sobre el tema del «amor» y de la «capacidad de amar». Del amor ya se había hablado en la religión (por ejemplo, en ese «supremo canto al
amor» que
es el Cantar de los Cantares), en la filosofía (el Ars amandi de Ovidio) y en la literatura (en las obras de
los trovadores o en las novelas de la época romántica).
En el campo de la psicología,
fue Fromm quien, con El arte de amar, inició
un debate que iba a desembocar en un sinfín de investigaciones y de asesores sobre
el tema del amor.
Aunque no es raro que un libro desate un
debate de amplias proporciones, sólo
en contadas ocasiones dichos libros sobreviven a su autor. El arte de amar de
Fromm pertenece sin duda a estas contadas excepciones. Hoy, cumplidos ya los
veinticinco años de la muerte de
su autor, se ha traducido a treinta y cuatro lenguas y se han vendido millones
y millones de ejemplares. Para muchas lectoras y lectores, sobre todo jóvenes, en la actualidad todavía sigue siendo un verdadero
descubrimiento. Y hay quienes, después
de muchos años, lo vuelven a
sacar de la estantería
para leerlo de nuevo.
La exitosa historia de El arte de amar no se
puede explicar sólo por el contenido
de dicho libro. Su lectura también
nos desvela numerosos elementos directamente relacionados con el autor y con su
particular arte de amar. Muchas personas se preguntan cómo amó el propio Fromm y
si también vivió en persona lo que
enseña en su libro. Pues
bien, de esto se hablará en el epílogo que nos ocupa.
En primer lugar, me gustaría decir algo sobre las impresiones que
dejó en
mí, y no sólo en mí, sino también
en muchos otros, el trato con el Fromm ya anciano. Personalmente, lo que más me impresionó
fue su interés por quienes tenía
a su lado, lo cual se veía
en su mirada, a la vez afable y firme —por no decir incluso a veces casi demasiado intensa—. Pero lo que más me sorprendió
fue cómo
expresaba este interés
por quienes tenía a su lado.
En la década de 1970, cuando fui asistente de Fromm en Locarno, donde vivió desde 1973 hasta su
muerte, acaecida en 1980, solía
hacerme preguntas muy fáciles
y obvias que, sin embargo, llegaban hasta lo más íntimo de mi ser.
Por ejemplo, me preguntaba qué libro estaba leyendo en aquel momento, o qué era lo que me había empujado a leer precisamente aquel
libro, o qué era
lo que más me gustaba de él y qué
lo que menos. Si le contestaba que lo encontraba poco
interesante, o incluso aburrido, quería saber por qué perdía el tiempo con
algo intranscendente para mí.
También le interesaba
saber qué era
realmente lo que me importaba, qué me llamaba más
la atención y con qué prefería pasar el tiempo.
En realidad, Fromm sólo hacía esas preguntas que su interlocutor no se hacía pero que debería haberse hecho. Yo no me las había hecho porque tal vez habrían arrojado una pobre imagen de mí mismo o incluso me
habrían avergonzado. En
aquellas circunstancias, habría
sacado las conclusiones pertinentes y habría tenido que cambiar mi vida. También hay preguntas, como, por ejemplo, por qué determinada
desgracia me ocurre precisamente a mí,
para las que no hay ninguna respuesta pero que debemos aceptar y soportar como
preguntas. Fromm hacía
preguntas que yo evitaba, reprimía
o simplemente no me tomaba en serio.
El clima de entendimiento que se instauraba
conversando con Fromm era, pues, fruto de esa sensación de proximidad que él
creaba planteando, con una atención
y un interés especiales,
preguntas que su interlocutor no se hacía. Las preguntas podían
ser lacerantes y escocer un poco, pero él pasaba por el tamiz cualquier afirmación defensiva o razonamiento poco fundado.
El hecho de que sus preguntas no fueran
percibidas como ofensivas o destructivas revela uno de los rasgos característicos de su conversación. Frente a sus interrogantes, uno se podía sentir tal vez desnudo, pero nunca desnudado,
condenado o angustiado. Su mirada y sus preguntas eran penetrantes, pero también dejaban traslucir cierta benevolencia.
Se caracterizaban por ese deseo de «reconocimiento» sobre el que él precisamente decía en El arte de amar. «El respeto del otro no es posible sin un verdadero conocimiento de
ese otro». Para semejante conocimiento sólo estamos capacitados una vez que nos hemos hecho tales
preguntas.
El interés que suscitaba Fromm con sus interrogantes era a la vez expresión y resultado de las preguntas que se hacía a sí
mismo y a las que, tras dolorosas experiencias y
fatigosos procesos de aprendizaje, él
mismo había intentado dar
respuesta. Él sabía bien de qué hablaba
(y escribía) cuando hacía sus preguntas escudriñadoras, capaces de calar en lo más hondo. Sólo un trato personal con las preguntas y
la capacidad de cuestionarse muchas cosas posibilitan el «reconocimiento» del otro.
Cuando nos enfrentamos a determinadas
preguntas y aptitudes en las que se advierte este deseo de «reconocimiento», nos sentimos a la
vez provocados y concernidos, pero no juzgados ni avergonzados. Más bien, al contrario, las preguntas se
pueden convertir en un cuestionamiento personal, y resultar, como sucede
habitualmente, que no sólo
nos sintamos reconocidos, sino también
comprendidos. Eso es lo que sienten muchos lectores de El arte de amar. Pero
eso es también lo que
caracteriza tanto el estilo terapéutico
como la capacidad de amar de su autor.
A Fromm no le cayó del cielo la
capacidad de amar: hasta bien entrada la madurez, también se le puede aplicar lo que se escribe
en este libro: «Con respecto al amor, apenas hay empresa humana que comience con
tantas esperanzas y expectativas y acabe con tantos fracasos». Hay muchos motivos
por los que la capacidad de amar de uno es muy limitada o incluso está condenada al
fracaso. Para cada individuo, tiene una importancia especial la manera como
vivieron antes el amor el padre y la madre, pues ello puede dar alas u
obstaculizar el desarrollo de la propia capacidad de amar. Echemos, pues, una
mirada al amor materno y paterno de Fromm, el cual dejó una mella indeleble
en su infancia y juventud.
Erich Fromm nació
en Fráncfort en el año 1900. Fue hijo único. Su padre, Naphtali Fromm, tenía 30 años cuando él
vino al mundo. Era de profesión
comerciante de vino de bayas y no teólogo
judío, como tantos
antepasados suyos. De temperamento bastante nervioso y muy ligado a la familia,
estaba acomplejado por la profesión
que ejercía. Tenía todas las esperanzas depositadas en que
su hijo prosiguiera la tradición
del estudio del Talmud. Su amor hacia Erich se concretaba en una mezcla de
tierno afecto (toda una serie de fotos muestran al niño de 12 y 13 años
sentado en el regazo del padre), de angustiosa solicitud (durante el invierno,
Erich no podía salir prácticamente, pues habría podido constiparse) y de una idealización muy ambivalente. Cuando, con sólo 22 años, el dotado Erich defendió
su tesis doctoral en Sociología en la Universidad de Heidelberg su
padre estaba convencido de que lo suspenderían y luego se quitaría
la vida.
La madre de Fromm
tenía 24 años cuando lo trajo al mundo. De una
familia menos piadosa que la del padre, era considerada por sus allegados una
mujer alegre y sociable que llevaba siempre la voz cantante. Vivió enteramente para su
hijo. Hay dos fotos que dicen mucho del tipo de amor que le tributaba. En la
primera, aparece con su hijo a orillas de un estanque en medio de un parque.
Tiene la mano derecha puesta sobre el hombro del niño (de unos 10 años),
al que aprieta fuertemente contra su seno; al mismo tiempo, la mano izquierda
está apoyada
sobre la cadera, en pose de victoria. Se puede ver en ello un amor materno
atosigador y posesivo, poco dispuesto a facilitarle al hijo —al hijo único—
cualquier conato de liberación.
En la otra foto se aprecia lo mucho que la
madre admira al hijo. Erich, que debe de tener unos 17 años, es igual de alto que el padre. Al
igual que éste, sostiene un bastón
de paseo y un sombrero, atributos del hombre burgués de la época.
El padre está mirando
la cámara, mientras el
hijo tiene la mirada perdida en la lejanía. Pero entre los dos está
la madre. Agarrando al hijo con la mano derecha,
dirige la mirada —llena a la vez de
expectativa y de admiración— hacia éste. Como el propio Fromm nos dirá después, su madre quería que fuera un gran artista y hombre de
ciencia, una especie de segundo Paderewski, el celebrado compositor, pianista y
político polaco que
llegó a
primer ministro en 1919, si bien durante poco tiempo.
Una idealización tan excesiva crea una conciencia de sí
muy fuerte y con aires de grandeza. Buena parte del
aspecto altivo —muchos dicen que
arrogante— de
Fromm a los 30 y 40 años
sería imputable a este
amor narcisista de la madre. Pero nadie hereda por casualidad semejante
autovaloración. Suele ir
asociada a un entorno admirador; no es una apreciación autónoma e independiente de los demás. En realidad, Fromm tuvo que luchar durante mucho tiempo para
liberarse de este amor materno posesivo e idealizador.
Si bien la capacidad de amar de un joven
debe mucho en general a la experiencia amatoria de los padres, ésta no es la única que determina el desarrollo de su capacidad de amar. El ansia
de independencia y autonomía
y la propia actividad amorosa marcan el desarrollo psíquico desde la cuna. Al madurar, esta ansia se expresa en la búsqueda de un compañero o compañera que haga posibles tales experiencias
amorosas. Según lo inhibidor o
perturbador del desarrollo personal que resulte ser el amor de la madre, esta búsqueda de experiencias amorosas nuevas y
alternativas se traduce a su vez en unas relaciones en las que reaparece el
patrón relacional de los
padres.
Con frecuencia, es preciso pasar por toda
una serie de experiencias de amor fallidas para no buscar inconscientemente en
la pareja un eco del amor materno y paterno. Este tardío proceso de desvinculación del amor materno y paterno suele ir
acompañado de dolorosas
experiencias de renuncia y perdida. En todos los desengaños y las penas que corren parejos con el
abandono de los lazos parentales, al final suele ser determinante la perpetuación o no del deseo de poder amar por uno
mismo. En efecto, como dice Fromm en otro lugar, «quien decide resolver un
problema mediante el amor ha de tener valor suficiente para superar los desengaños y permanecer paciente a pesar de los
reveses».
Este deseo ininterrumpido de poder amar se
puede percibir en la vida de Fromm, a pesar del fracaso de sus relaciones
sentimentales, hasta pasada la mitad de su vida. El amor paterno cercenador de
su capacidad de amar, lo supera él
con relativa facilidad. Siendo joven, buscó
ya en el rabino Nehemia Nobel, de la sinagoga de Fráncfort en Börneplatz, otra figura paterna, aunque de
corte religioso. Nobel constituía
en cierta forma un modelo alternativo respecto al padre angustiado de Fromm.
Congregaba a su alrededor a un pequeño
círculo de jóvenes, entre los
que se incluía también el amigo de juventud de Fromm, Ernst
Simón. En realidad,
Fromm pensaba llegar a ser un maestro del Talmud. Pero estudiar el Talmud en
Polonia o en el Báltico habría supuesto un excesivo alejamiento
respecto de sus padres, que vivían en Fráncfort, algo que él no estaba dispuesto a aceptar. Así pues, decidió estudiar derecho en
su ciudad natal, Fráncfort.
Dos semestres después, en el verano de 1919, se atrevió a dar un paso
decisivo: se marchó de
Fráncfort y se
matriculó en
la cercana Universidad de Heidelberg para estudiar Sociología con Alfred Weber. Aquí Fromm también se buscó, al margen de sus estudios, a un maestro religioso, después de que el rabino Nobel muriera en 1921.
En Salman Baruch Rabinkow encontró a un estudioso del Talmud influido no sólo por el jasidismo jabad (rama intelectual del jasidismo), sino
también por las ideas del
socialismo y el humanismo ilustrado. Rabinkow se había establecido en Heidelberg como profesor particular para los
emigrados rusos. Durante casi cinco años Fromm acudió numerosas veces a la semana a su estudio, donde trabajó como secretario. De
nadie hablaría nunca con tanto
reconocimiento y aprecio como de Rabinkow. Por paradójico que pueda parecer, fue este estudioso del Talmud quien
posibilitó y
guió su
desvinculación respecto de la
religión paterna.
Naturalmente, para liberarse de la impronta
paterna aún necesitó de otras personas y
experiencias. Fue sobre todo el descubrimiento del psicoanálisis de Sigmund Freud lo que desencadenó en él una fuerte dinámica de libertad, que le permitió cometer en 1926 «su» gran pecado mortal:
saltarse los mandamientos alimenticios del judaísmo y comer en la Pesach, la Pascua judía, carne de cerdo. Fromm asoció su rechazo del
angustiado amor paterno al abandono de la religión paterna. Los escritos de Georg Grimm sobre el budismo le
ayudaron en su labor de abandonar la fe en un dios personal y orientarse más bien al budismo y a la crítica de las religiones.
Desechar las interiorizadas imágenes paralizadoras del amor paterno
puede tener efectos muy fecundos en la creatividad y capacidad de amar de una
persona. En los años siguientes,
Fromm se sintió ya
lo suficientemente libre para desarrollar su propio planteamiento sociopsicológico y preguntarse por las dimensiones
sociales inconscientes y hasta qué punto estamos determinados por las exigencias de lo económico y de la vida social. Así, a principios de la década de 1930 —mucho antes que Adorno— formuló la teoría del carácter autoritario y criticó
la teoría
de Freud del instinto como producto de un pensamiento biológico y patriarcal, a la que opuso su visión del hombre como ser relaciona! que,
desde su nacimiento, ya es capaz de amar.
Sin estas nuevas formulaciones teóricas, realizadas entre 1928 y 1937, son
impensables los temas y trabajos posteriores de Fromm: su visión de la libertad, del amor, de la agresión y de la destructividad, así como sus trabajos
sobre la productividad psíquica
y la salud anímica y, sobre todo,
la descripción y el análisis de otras orientaciones del carácter de tipo sociológico.
Sus intentos por liberarse del
cuasirreligioso amor materno le llevaron más tiempo y le resultaron más penosos en muchos aspectos. Después de que, en 1922, su novia lo dejara por su amigo de juventud Leo
Löwenthal, en 1923
conoció a
la psiquiatra Frieda Reichmann, once años mayor que él,
y que se estaba formando como psicoanalista. Entre 1924 y 1928, Frieda y él dirigieron en Heidelberg un centro
terapéutico. La idea era
que todos los que residieran en el pequeño sanatorio, sito en la calle Mönchhof, n°
15, se liberaran de sus represiones sexuales sentados
en el diván psicoanalítico de Frieda. A dicho fin tuvieron que
someterse al psicoanálisis
todos los residentes, incluido el propio Fromm. Él se enamoró de su
psicoanalista, con la que finalmente contrajo matrimonio en 1926, resultado sin
duda de un amor terapéutico
transferido. Sin embargo, en 1928 el matrimonio había tocado ya a su fin, aunque Fromm no quisiera reconocerlo. El no
podía divorciarse aún, pero sí
trató de distanciarse. A partir de 1928, se fue a Berlín para formarse él también como psicoanalista. En 1930 abrió
allí su propia consulta psicoterapéutica y empezó a trabajar en el Instituto de Estudios Sociales de Fráncfort.
En 1931 enfermó
de tuberculosis y tuvo que retirarse al apartado
sanatorio de Davos. Un amigo común
de Frieda y él, el
psicoterapeuta Georg Groddeck, de Baden-Baden, le aconsejó que se separara de
ella, ya que en la enfermedad de la tuberculosis subyacía el deseo inconsciente de dicha separación. Aquí
no entraremos a considerar si dicha valoración era certera o no, pero al menos pone de
manifiesto que había quienes
consideraban necesario el divorcio.
La enfermedad se había encargado ya de que Fromm se separara
de hecho de Frieda. Y cuando en abril de 1934 ya estaba lo suficientemente
curado para poder volver a viajar, en su patria los nacionalsocialistas estaban
al mando. Para Erich Fromm, como miembro del Instituto de Estudios Sociales de
Fráncfort, el regreso
a Alemania habría supuesto un gran
peligro, así que
decidió emigrar a Estados Unidos. Una vez allí, su amistad con la psicoanalista Karen
Horney, quince años mayor que él, se fue convirtiendo paulatinamente en
una relación que, aunque nunca
terminaría en matrimonio,
fue mucho más allá de! mero interés profesional
compartido. Cuando Fromm se marchaba de viaje, Karen Horney siempre lo acompañaba. Los dos encarnaban una nueva visión del psicoanálisis. De todos modos, Karen Horney era una compañera muy celosa, y la relación nunca estuvo del todo exenta de
rivalidad.
Su relación con ella llegó a su fin en 1941 tras una tempestuosa pelea, que también acabó
con su previamente constituida sociedad psicoanalítica. Con su libro El miedo a la
libertad[52] Fromm no sólo
se convirtió en
un científico reconocido en
Estados Unidos, sino también
en un autor y conferenciante muy solicitado. Además de su consulta terapéutica
en Nueva York y de su trabajo como profesor en la Universidad de Columbia y en
la Escuela de Estudios Sociales, durante aquellos años enseñó
también
en la Universidad de Bennington, en Vermont.
Al poco de su ruptura con Karen Horney,
Fromm conoció a
Henny Gurland, de su misma edad, que, huyendo de los nazis, había viajado a Francia junto con Walter
Benjamin y, en la frontera española,
había visto cómo éste se quitaba la vida. Fromm se casó con esta periodista
gráfica profesional, nacida en Alemania, en 1944. Finalmente, creía haber encontrado a la mujer de su vida.
Juntos se hicieron construir una casa en Bennington, Vermont, en 1947. Al poco
de mudarse a la nueva casa, Henny contrajo una enfermedad misteriosa, que la
obligó a
guardar cama. Al principio se creyó que se trataba de una intoxicación por plomo, pero luego le diagnosticaron una enfermedad artrítica sumamente
dolorosa. Él suspendió todos sus compromisos para poder ocuparse de ella y no dejarla
sola.
Por amor a Henny se trasladó a México en 1950, con la esperanza de que el
clima de ese país aliviara sus
dolores. Fromm inició en la ciudad de México
una nueva existencia. En 1951 empezó a formar en el psicoanálisis
a un grupo de médicos y consiguió una cátedra en la universidad. Sin embargo, la
enfermedad de Henny frustró cualquier intento de dedicarse de lleno a sus labores de profesor
y conferenciante. No podía
llevarla consigo, pero tampoco quería
dejarla sola. Hizo todo por ella, y orientó
su vida en función de su persona, sin que con ello aliviara sus sufrimientos lo más mínimo. La situación
acabó siendo
insoportable. En julio de 1952 encontró
a Henny muerta en el cuarto de baño.
Fromm había llegado al final de sus esfuerzos por encontrar el amor. Estaba
convencido de que había
fracasado y se sentía impotente y
abandonado. Aunque los candidatos a psicoanalistas que acudían a su consulta no sabían lo que había ocurrido en realidad, comentaban que Fromm había experimentado un cambio radical. Fue
para él una manera
terriblemente dolorosa y difícil
de diluir una imagen de sí orientada a un cuasirreligioso amor materno. La muerte de Henny lo
obligó a
aceptar su propia limitación,
por no decir incluso su propio fracaso.
Unos meses después, Fromm se sintió de nuevo con ánimos
para iniciar una nueva relación.
Se trataba esta vez de una americana, Annis Freeman, de Alabama, que había enviudado de sus tres maridos. Con el último había vivido en la India, pero, tras su muerte, había vuelto a Estados Unidos. Era una mujer
distinta a cualquiera que hubiera conocido hasta entonces. Era muy atractiva,
sensible, sin ambiciones profesionales, lo que no impedía que fuera una excelente conversadora.
Fromm se enamoró de
ella y se casaron en diciembre de 1953. Annis se fue a vivir con él a México. Según los planes que ella tenía, se construyeron una casa en Cuernavaca, en la que residieron
entre 1956 y 1973. Annis, que lo acompañaba en sus prolongadas visitas a Estados Unidos, apoyó su implicación en la política estadounidense, principalmente en su lucha por el desarme y
la paz.
El libro El arte de amar, publicado en 1956,
lo escribió a
finales de 1955 y principios de 1956, tras haber terminado su otro libro
Psicoanálisis de la
sociedad contemporánea. Hacia una
sociedad sana. Aunque muchos pensamientos que Fromm expone en El arte de amar
también se pueden
encontrar en otras publicaciones más
tempranas, es esta obra, sin embargo, la que causa mayor impresión en muchas personas. Con su desmayado
adiós a Henny y su gran
amor por Annis, Fromm encontró una capacidad para amar liberado de las ataduras de la infancia. Sólo ahora su práctica de la capacidad de amar se avino en la realidad con su teoría del amor. Sólo ahora se pudo aplicar también para él mismo esto que aparece escrito en el libro: «que haya armonía o conflicto,
alegría o tristeza, es
secundario con respecto al hecho fundamental de que dos seres se experimentan
desde la esencia de su existencia, de que son el uno con el otro al ser uno
consigo mismo y no al huir de sí mismos».
Aunque Fromm decribe su teoría del amor de manera detallada en El arte
de amar, la siguió desarrollando
durante los veintisiete años
de su relación amorosa con
Annis. Desde que, en la década
de 1930, se liberara de la teoría
del instinto de Freud, sostuvo que el problema más importante del hombre no radicaba en la satisfacción de sus necesidades instintivas sino en
su relación con la realidad.
Desde una perspectiva psicológica, es decisivo para el éxito del ser humano saber de qué manera se puede
relacionar con otro ser humano, consigo mismo y con la realidad que lo rodea.
Mucho antes de que los estudios sobre el cerebro y los mamíferos demostraran que, desde el
nacimiento, el hombre ya es capaz de relacionarse de manera activa con su
entorno, Fromm habló (en
contraposición al narcisismo
original de la teoría freudiana) de una
tendencia primaria tan acusada en el hombre a formar ese estar activamente
relacionados, que acaba desembocando en una mayor independencia interna
respecto de fuerzas no-propias y ajenas-al-yo (personas, espacios de relación e imágenes ajenas). Fromm calificó ese estar
relacionados como «productivo» (del latín
producere) por cuanto viene «presentado»
a partir de una actividad propia del hombre. Cuando
esta tendencia primaria desemboca en una orientación productiva en la vida de un hombre, éste es capaz de pensar, amar, sentir, fantasear y actuar de manera
autónoma y propia.
La tendencia primaria a un amor productivo
puede fomentarse considerablemente mediante el amor productivo de las primeras
personas de referencia, pero también
puede malograrse mediante formas de amor egoístas, ansiosas, absorbentes, posesivas, depreciativas y
dependientes por parte de las figuras de los padres, e incluso convertirse en
su contrario. Asimismo, en la manera como aman las primeras personas de
referencia Fromm ve también
la presencia de patrones relaciónales
sociales. Para él, los padres son
al mismo tiempo representantes y mediadores de lo que una sociedad concreta
necesita para su funcionamiento.
Hasta qué
punto se puede ver frustrada la propia capacidad de
amar es algo que Fromm pudo experimentar en propia carne de manera bastante
dolorosa. Pero el daño
nunca fue tan profundo para que esa tendencia primaria al amor se convirtiera
en su contrario; es decir, en la tendencia a convertir la capacidad de
relacionarse en algo básicamente
destructivo. Ni siquiera el hecho de que muchos de sus parientes perdieran la
vida en los campos de concentración
de Hitler le hizo dudar en cuanto a la tendencia primaria al amor productivo.
Sostuvo que la «destructividad» y el deseo de aniquilar son tendencias secundarias que sólo se desarrollan cuando se ve frustrada
la tendencia a un amor productivo y a lo razonable.
Tras la aparición de El arte de amar, la teoría del amor de Fromm se vio cuestionada por dos acontecimientos. Su
mujer, Annis, enfermó de cáncer de pecho en la
década de 1950. La
operaron y tuvo que seguir una dieta. Pese a que el cáncer estaría veinte años sin volver a manifestarse, Fromm lo percibía como una enfermedad que lo perseguía cual dinámica enemiga de la vida. Luchó
contra él
al lado de Annis y también
siguió la
misma dieta draconiana que le impusieron a ella (lo que, dicho sea de paso,
resultó ser
bastante beneficioso para su aspecto exterior y su salud).
El segundo gran reto lo representó la agudización de la Guerra Fría. Aun cuando la lectura de El arte de
amar no permita tal vez suponerlo, desde su juventud Fromm había sido una persona políticamente muy concienciada y activa. Todo
lo que se producía en el terreno de
la política y la sociedad
le afectaba de una manera sumamente existencial. Y como terapeuta que sabía escuchar, se sintió arrastrado a la política en su calidad de psicoanalista,
trabajando básicamente en suelo
estadounidense: escribió análisis sobre
cuestiones relacionadas con la política
exterior, la Guerra Fría
con la Unión Soviética y la carrera atómica; entabló
contactos con senadores, se vio involucrado
personalmente en la elección
del candidato presidencial, se manifestó
contra la guerra de Vietnam y se convirtió en portavoz de la
política de distensión.
Pero fue sobre todo la carrera armamentística la que hizo que su fe en la
capacidad de amor primaria del hombre se tambaleara. La guerra atómica se convirtió a principios de la
década de 1960 —con motivo de la
crisis de Cuba— en
una amenaza real. Hasta qué punto ese peligro le quitó
el sueño a Fromm lo vemos en esta carta escrita
a Clara Urquhart el 29 de septiembre de 1962: «La otra noche escribí una especie de
llamamiento centrado en el amor a la vida. Era fruto de una sensación de desesperación ante la perspectiva de que tal vez no
quede ya ninguna posibilidad para evitar la guerra atómica. De repente tuve la intuición de que la gente se muestra tan pasiva frente al peligro bélico porque simplemente la mayoría no ama la vida. Me vino a la mente el
pensamiento de que podía
surtir mayor efecto apelar a su amor a la vida que a su amor a la paz o a su
miedo a una guerra».
Fromm se sentía desesperanzado porque la mayoría no se defendía a sí misma
contra el peligro de la guerra atómica.
Interpretaba esa pasividad como el agotamiento del amor a la vida y como la
aceptación inconsciente de
una dinámica destructiva,
aniquiladora de la vida, como se puede observar también en muchos suicidas. Pero ¿que ocurrirá
si cada vez hay más humanos que ya no aman la vida y si parece completamente
agostada la tendencia primaria a la capacidad de amar? El judío alemán Fromm sabía
de sobra que era más que posible
semejante eventualidad. El había
escapado a la maquinaria de exterminio nacionalsocialista. Pero, ante una
guerra atómica entre las
superpotencias, no había
posibilidad alguna de escapar. La contaminación resultante destruiría, como un cáncer metastásico, el espacio vital de todo ser humano.
El tenía que reaccionar, y lo hizo de diferentes maneras. Su primera
reacción contra la pérdida colectiva de la capacidad de amar
fue hacerse oír mediante cartas
al director, panfletos políticos, artículos y conferencias, y entrevistándose con senadores amigos para hacerles ver el peligro que entrañaba la pérdida colectiva del amor a la vida y la propagación de un deseo de destrucción general. Asimismo, arremetió contra los políticos y científicos que creían
poder justificar el riesgo de una guerra atómica que tendría
como resultado la muerte de 20 millones de americanos.
Pero si importante
era investigar psicológicamente
la capacidad de amar del hombre, mucho más importante le pareció a Fromm descubrir la dinámica psíquica de una destructividad cuyo único objetivo reconocible era la destrucción global. Así, a principios de la década
de 1960 se puso a estudiar la atracción por lo destructivo y diferenció
varias formas de agresividad y destructividad, la más amenazadora de las cuales era la «necrofilia», es decir, la atracción
por lo inerte, lo muerto (nekros significa «cadáver» en
griego) y lo destructivo, ya que es en esta forma de destructividad donde
encuentra lo destructivo su meta suprema. A lo largo de más de diez años, el autor de El arte de amar estuvo
angustiado ante la posibilidad de que se abortara la capacidad de amar y de que
ésta se pervirtiera
en un deseo igualmente fuerte de destructividad. Sobre esa necrofilia habló por primera vez en
1964, en su libro El corazón
del hombre, y los resultados de sus investigaciones los puso por escrito en
1973 en su libro Anatomía
de la destructividad humana.
Finalmente, como ya dijera en la carta antes
citada a Clara Urquhart, Fromm trató de fundar la capacidad de amar del hombre en su capacidad específica para la «biofilia» (el amor a la vida)
y en su atracción por lo vivo. Tras
preguntarse por la dinámica
propia de todo ser vivo, reconocía
que, más allá de la búsqueda de la supervivencia, éste posee «una [específica] tendencia a la integración y a la unión». «La unificación
y el crecimiento son característicos
de todos los procesos vitales, lo cual es aplicable no sólo a las células, sino también
al sentir y el pensar.»
En su artículo «Do We
Still Love Life?» [¿Aún seguimos amando la vida?], publicado en 1967 en la revista
americana McCalls, escribió lo siguiente: «Si la vida es, por esencia, un proceso de crecimiento y un proceso
de integración y no puede ser
amada con medios de control o de fuerza, entonces el amor a la vida es el núcleo de todo tipo de amor. El amor es el
amor a la vida en un ser humano, en un animal, en una planta. Lejos de ser algo
abstracto, el amor a la vida es el núcleo,
un núcleo muy concreto y
real, de todo tipo de amor. Quien crea que ama a los seres humanos sin amar la
vida, puede desear apegarse a otra persona, pero no amarla de verdad».
«Cuando alguien dice de otra persona que “ama realmente la vida”,
la mayoría de la gente
entiende lo que se quiere decir con ello. Nos imaginamos entonces a una persona
que ama todo lo que crece y está vivo, que se siente atraída por el crecimiento infantil, por la maduración, por una idea que va tomando forma, por
una organización que no deja de
crecer. Para semejante persona, incluso lo que no está
vivo, como una piedra o el agua, se convierte en algo
vivo. Y lo que está vivo
la atrae, no porque sea algo grande y poderoso sino por estar vivo.»
Esta nueva fundamentación de la capacidad humana de amar también lo llevó
a un deslindamiento nuevo de otras teorías del amor, en su mayor parte de
orientación biológica. El mundo vivo
sirve, fundamentalmente, sólo
de «medio para la satisfacción de las necesidades fisiológicas». Pero el ser humano tiene
ante todo la necesidad de «expresar sus capacidades frente al mundo». Así, el amor a lo vivo se manifiesta en los humanos por cuanto «persiguen un objeto
con el que entran en relación
y con el que pueden unirse». Esta es la fundamentación de una afirmación que ya había hecho en El arte de amar. «El amor inmaduro dice: “Te
amo porque te necesito”,
mientras que el amor maduro dice: “Te
necesito porque te amo”».
Para ilustrar esto, Fromm tomó una expresión de Karl Marx para hacer la siguiente
formulación: «Como tengo ojos,
tengo capacidad de ver; como tengo oídos,
tengo capacidad de oír;
como tengo cerebro, tengo capacidad de pensar, y como tengo corazón, tengo la capacidad de sentir. En una
palabra: como soy hombre, necesito al hombre y el mundo».
La capacidad humana de amar se funda en la
biofilia, en la atracción
por lo vivo. Esta intuición
se verificó en
la práctica del amor del
propio Fromm. La pregunta decisiva es ahora si los hombres pueden conseguir
sentir esta capacidad primaria de amar y darle debida expresión, y cómo hacerlo. Una manera decisiva de acceder a nuestra capacidad de
amar sepultada y reprimida es descubrir nuestros propios obstáculos internos.
La pregunta por el conocimiento y análisis de uno mismo, por el acceso a los
deseos e imágenes
inconscientes, tal y como se detectan en los sueños pero también
en los rasgos de carácter
y en otros síntomas, desempeña ahora en la
conformación de la vida
cotidiana de Fromm un papel cada vez mayor. Todos los días se tomaba hasta una hora para analizar
y meditar sobre sus sueños
y hacer diversos ejercicios físicos
y de concentración. La mediación del budismo zen de Suzuki fue para él una gran ayuda en este sentido, así como los ejercicios
de atención (mindfulness), que le enseñó, en la última
década de su vida,
Nyanaponika Mahathera, un monje budista de Sri Lanka. Las tradiciones místicas del jasidismo, del sufismo y del
Maestro Eckhart le dieron importantes impulsos en su camino hacia dentro.
Sin embargo, ese camino hacia dentro
practicado por Fromm no se proponía
la interioridad y alejamiento del mundo, sino un nuevo trato con la realidad,
con el otro y con uno mismo, un trato distinto, más creativo, más
razonable y más amoroso.
Precisamente porque ese trato siempre está
influido por experiencias relaciónales distorsionadas, necesita del camino
hacia dentro para poder estar relacionado con los demás desde el amor. Con el camino hacia dentro no sólo deben superarse los obstáculos aparecidos en la relación con los padres. Fromm se interesa sobre
todo por las experiencias relaciónales
exigidas y recomendadas a diario por la sociedad.
Toda sociedad y agrupación social intenta expresar el amor de la
manera que mejor se adapta a su preservación. Así, una sociedad
autoritaria ve el amor como agradecimiento y amor a la autoridad, pues sólo así puede funcionar de
manera óptima un sistema
social basado en el dominio y la sumisión. Una economía
de mercado fundada en la competencia y el éxito tiene una visión
del amor completamente distinta. La capacidad de amar depende aquí de si cada cual
saca o no lo mejor de sí mismo, de si puede prosperar en medio de la competencia y de si es
capaz de practicar la sociabilidad, la tolerancia y el juego limpio. Cada cual
debe ser cabal, es decir, capaz de alcanzar los objetivos propuestos.
Lo que en una determinada sociedad es visto
como digno de amarse es para Fromm algo distinto a la libre exteriorización de la necesidad de amor. Para quien ama
autoritariamente, se trata de dominio y autocontrol. El orientado al marketing
quiere ser bien recibido, dar buena impresión, tener éxito
y amar de esta manera. Pero, en realidad, no tiene ninguna necesidad interior
de amar, sino otra necesidad, que le impide sentir esa necesidad de amar y de
darle rienda suelta. Reconocer estas necesidades tan perentorias exige una
distancia crítica respecto de
todo lo que se da por supuesto y se vive en el plano social. Pero si la crítica social no quiere sucumbir al peligro
de volverse ideológica, deberá emprender un camino
hacia dentro y tomarse en serio la búsqueda
del amor a la vida.
El descubrimiento por parte de Fromm de los
obstáculos internos a su
capacidad de amar le ayudó a practicar mejor su capacidad de amar como una necesidad sensorial.
Quienes le conocieron en las últimas décadas de su vida pudieron observar de cerca que vivió la capacidad de
amar como una necesidad de relacionarse amorosamente con otras personas. Poder
prestar expresión a ese amor se
convirtió para él
en una necesidad irrenunciable, que satisfizo siempre que le fue posible.
En la década de 1970, en que tuve ocasión de ser su asistente en Locarno, fui una y otra vez testigo de su
inusual capacidad de amor: se podía
ver cómo trababa
conversación con cuantos tenía a su lado. De eso ya se ha hablado
antes. Pero, sobre todo, se podía
velen su amor a Annis, como, por ejemplo, cuando la besaba en el ascensor,
cuando se despedía de ella, cuando
hablaba con ella, cuando la miraba y la tocaba. Lo mismo que se puede ver también cada vez que se lee su libro El arte de
amar.
RAINER FUNK
CRONOLOGÍA DE LA VIDA DE ERICH FROMM
1900. 23 de marzo: nacimiento de Erich
Pinchas Fromm en Fráncfort del Meno.
Hijo único del
comerciante de vinos, judío
ortodoxo, Naphtali Fromm y su mujer, Rosa, nacida Krause.
1918. Bachillerato
alemán en la escuela Wöler en Fráncfort y a continuación dos semestres de Derecho en la
Universidad de Fráncfort. Amistad con
el rabino Nehemia Nobel.
1919. Cofundador de la «Freies
Jüdisches Lehrhaus» en Fráncfort del Meno. A partir del semestre de verano, estudios en
Heidelberg.
1920. Cambio de los estudios de Derecho por
el estudio de economía
nacional (sociología) con Alfred Weber
en Heidelberg. Flasta 1925, clases sobre el Talmud con el rabino Rabinkow.
1922. Promoción a doctor en filosofía con Alfred Weber sobre «Das jüdische Gesetz» (La
ley judía).
1924. Junto con Frieda Reichmann, apertura
del «Therapeutikum»
en la calle Mönchhof en Heidelberg. Psicoanálisis con Frieda Reichmann, después con Wilhelm Wittenberg en Munich.
1926. 16 de junio: boda con Frieda
Reichmann. Abandono de la práctica
del judaísmo ortodoxo.
Contactos con Georg Groddeck en Baden-Baden.
1927. Primeras publicaciones como seguidor
de la ortodoxia freudiana.
1928. Análisis didáctico con Hanns Sachs en Berlín y formación psicoanalítica
en el Instituto Karl Abraham en Berlín.
1929. Cofundador del Instituto de Psicoanálisis de Alemania del Sur en Fráncfort, junto con Karl Landauer, Frieda
Fromm-Reichmann y Heinrich Meng.
1930. Miembro del Instituto de Investigación Social en Fráncfort, responsable de todas las cuestiones del psicoanálisis y de la psicología social, conclusión de la formación en Berlín y apertura de su propio consultorio en Berlín.
1931. En verano, afección de tuberculosis pulmonar. Separación de Frieda Fromm-Reichmann. Con
interrupciones, estancia en Davos hasta abril de 1934.
1932. Publicación del artículo «Método y función
de una psicología social analítica» (publicado en La
crisis del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1971, Ia ed.) en el primer número de la
Zeitschrift für Sozialforschung (Revista de Investigación Social).
1933. A petición de Karen Horney, conferencias como
invitado en Chicago. Trabajos sobre la teoría del derecho materno. Muerte del padre. Amistad con Karen Horney
(hasta 1943).
1934. 25 de mayo: emigración a Estados Unidos y llegada a Nueva York
el 31 de mayo de 1934. Vuelta al trabajo en el Instituto de Investigación Social hasta 1939, siempre interrumpido
por múltiples problemas
de salud. Valoración de su estudio
sociopsicológico de
trabajadores y empleados realizado en 1930.
1935. Publicación del artículo «Die
gesellschaftliche Bedingtheit der psychoanalytischen Therapie». Colaboración con Harry Stack Sullivan y Clara
Thompson. Llegada de Frieda Fromm-Reichmann a Chestnut Lodge, Washington D.C.
1936. Publicación de su teoría del «carácter autoritario» en los Studien über Autorität und Familie de Horkheimer.
1937. Nueva redacción de su teoría psicoanalítica:
psicoanálisis como
sociopsicología analítica (teoría de la relación
en lugar de teoría de la pulsión). Rechazo de su revisión de la teoría de las pulsiones de Freud por parte de Horkheimer, Löwenthal, Marcuse y Adorno.
1938. Durante una estancia en Europa, nuevo
brote de la tuberculosis; estancia de medio año en Schatzalp, Davos.
1939. Separación del Instituto de Investigación Social. Primeras publicaciones en inglés.
1940. 25 de mayo: ciudadanía norteamericana.
1941. Publicación de El miedo a la libertad (Barcelona, Paidós, 1947, 1ª
ed.) e inicio de la actividad docente en la New
School for Social Research.
1942. Asunción de una cátedra
a tiempo parcial en el Bennington College en Bennington (Vermont).
1943. Separación de Horney y fundación
del Instituto William Alanson White de Nueva York.
1944. 24 de julio: matrimonio con Henny
Gurland.
1947. Aparición de El hombre para sí mismo, donde
publica su planteamiento de la orientación hacia el marketing.
1948. Terry Lecturer en la Universidad de
Yale sobre «Psicoanálisis
y religión» (publicado en
1950). Enfermedad de Henny Gurland Fromm.
1950. 6 de junio: traslado a la ciudad de México.
1951. «Professor Extraordinarius» en la Facultad de
Medicina de la Universidad Autónoma
Nacional de México. Inicio de un
primer curso con candidatos para la formación en psicoanálisis
(hasta 1956).
1952. 4 de junio: muerte de Flenny Gurland
Fromm.
1953. 18 de diciembre: matrimonio con Annis
Freeman, nacida Glover.
1955. Aparición de Hacia una sociedad sana, con un
alegato a favor del socialismo comunitario.
1956. Aparición del best-seller mundial El arte de amar
(Barcelona, Paidós, 1959, 1ª ed.). Fundación
de una sociedad psicoanalítica
mexicana. Traslado desde la ciudad de México a Cuernavaca.
1957. Seminario con Daisetz T. Suzuki.
Muerte de Frieda Fromm-Reichmann. Primeros preparativos para un estudio
sociopsicológico de campo sobre
campesinos mexicanos.
1959. Muerte de la madre, que vivía en Nueva York desde
1941. Publicación del libro La misión de Sigmund Freud.
1960. Intensificación del compromiso político a favor del Partido Socialista de
Estados Unidos. Intensificación
de su actividad como conferenciante en Estados Unidos.
1961. Publicación del libro Marx y su concepto del hombre, así como de su libro
sobre la política exterior americana.
1962. Conferencia de paz en Moscú. Fundación del IFPS (asociación
central de las sociedades psicoanalistas no ortodoxas); publicación de Más allá
de las cadenas de la ilusión.
1963. Apertura del
Instituto Psicoanalítico Mexicano.
1964. Publicación de su teoría
sobre la biofilia y la necrofilia, así
como sobre la aplicación del narcisismo en magnitudes sociales en El corazón del hombre.
1965. Declaración de emérito
en la ciudad de México. Mayor
compromiso con la política
pacifista y contra la guerra de Vietnam. Punto álgido de su notoriedad en Estados Unidos.
1966. Aparición de Y seréis como dioses
(Barcelona, Paidós, 1960, 1ª ed.). Después del infarto de miocardio, a principios
de diciembre, retirada de los compromisos en México y prolongadas estancias en Europa.
1968. Ayuda en la campaña electoral de Eugene McCarthy y
publicación de La revolución de la esperanza. Después de la victoria de Nixon, abandono de
las actividades políticas. Inicio de
los trabajos sobre la teoría
de la agresión.
1969. Alquiler de una vivienda en Locarno
para estancias veraniegas en el Ticino.
1970. Publicación del estudio de campo sobre los campesinos mexicanos.
1973. Publicación de Anatomía de la destructividad humana.
1974. Decisión de dejar la casa de Cuernavaca y vivir todo el año en el Ticino.
1975. Trabajo en «Tener o ser en Marx y Eckhart». Operación de cálculos biliares en Nueva York.
1976. Publicación de Tener o ser.
1977. Segundo infarto de miocardio. Fromm se
convierte en Alemania e Italia en la figura guía del movimiento alternativo.
1978. Tercer infarto y mengua de la
capacidad de creación.
1980. 18 de marzo: muerte a causa del cuarto
infarto. Incineración en Bellinzona.
Erich Fromm (Frankfurt, 1900 - Suiza 1980).
Empezó la
carrera de derecho pero rápidamente
se desplazó a
la Universidad de Heidelberg para estudiar sociología y más tarde a Berlín para cursas estudios de psicoanálisis. En 1930 es invitado por Max
Horkheimer para dirigir el departamento de Psicología del Instituto de Sociología de Frankfurt. Y en 1934, tras la escalada nazi, huye a Estados
Unidos.
En 1943 fue uno de los miembros fundadores
de la filial neoyorquina de la Washington School of Psychiatry, tras lo cual
colaboró con
el William Alanson White Institute of Psychiatry, Psychoanalysis, and
Psychology. En la década de los años sesenta ocupó una cátedra en la Michigan State University. Se
retiró en
1965 y se trasladó a
Suiza donde murió.
Erich Fromm está considerado como
uno de los pensadores más
influyentes del siglo XX, sobre todo por su capacidad para conjugar la
profundidad y la simplicidad en un estilo accesible y transparente. Su teoría proviene de la mezcla de las raíces religiosas de su familia y la
combinación de Freud, el
inconsciente, y Marx el determinismo social. Fromm añadió a
la ecuación la idea de
libertad.
Durante los años 40 Fromm desarrolló una importante labor editorial, publicando varios libros luego
considerados clásicos sobre las
tendencias autoritarias de la sociedad contemporánea. Es autor de El amor a la vida, La condición humana actual, El arte de escuchar o
Del tener al ser.
Notas
[1] O estado de
separación. En inglés: separateness
(N. del t.) <<
[2] Véase un estudio más
detallado del sadismo y del masoquismo en E. Fromm, El miedo a la libertad,
Barcelona, Paidós, 2006. <<
[3] Spinoza, Ética IV, Def. 8 <<
[4] Un examen detallado de esas
orientaciones caracterológicas
se encontrará en E. Fromm, Ética y psicoanálisis, México, Fondo de Cultura Económica, 1957, cap. 3, págs. 70 y sig. <<
[5] Compárese con la definición
de la dicha formulada por Spinoza. <<
[6] «Nationalökonomie und Philosophie», 1844, publicada en Karl
Marx, Die Frühschriften, Stuttgart, Alfred Kröner Verlag, 1953, págs. 300, 301. <<
[7] I. Babel,
The Collected Stories, Nueva York, Criterion Book, 1955 <<
[8] Esa afirmación tiene una consecuencia importante para el papel de la psicología en la cultura occidental contemporánea. Si bien la gran popularidad de la
psicología indica
ciertamente interés en el
conocimiento del hombre, también
descubre la fundamental falta de amor en las relaciones humanas actuales. El
conocimiento psicológico conviértese así
en un sustituto del conocimiento pleno del acto de
amar, en lugar de ser un paso hacia él.
<<
[9] R. A.
Nicholson, Rumi, Londres, George Allen and Unwin, Ltd., 1950, págs. 122-123. <<
[10] El mismo Freud dio un primer paso en
esa dirección en su posterior
concepto de los instintos de vida y de muerte. Su concepto del instinto de vida
(eros) como principio de síntesis
y de unificación, se encuentra en
un plano enteramente distinto al de su concepto de la libido. Pero a pesar de
que la teoría de los instintos
de vida y de muerte fue aceptada por los analistas ortodoxos, ello no llevó a una revisión fundamental del
concepto de libido, especialmente en lo que toca a la labor clínica. <<
[11] Véase. la descripción
que de ese desarrollo hace Sullivan en The Interpersonal Theory of Psychiatry,
Nueva York, W. W. Norton and Co., 1953. <<
[12] Simone Weil, Gravity and Grace, Nueva
York, G. P. Putnam's Sons, 1952, pág.
117 (trad. cast.: La gravedad y la gracia, Madrid, Trotta, 1998). <<
[13] La misma idea
ha sido expresada por Hermann Cohen en su Religion der Vernunft aus den Quellen
des Judentums, Frankfort del Meno, J. Kaufmann Verlag, 1929, págs. 168 y sig (trad. cast.: La religión de la razón desde las fuentes del judaísmo, Rubí [Barcelona], Anthropos, 2004).
<<
[14] Paul Tillich, en un comentario sobre
Hacia una sociedad sana, en Pastoral Psychology, septiembre de 1955, sugirió que sería mejor abandonar el ambiguo término «amor a sí mismo» (autoamor, «self-love») y reemplazarlo por «autoafirmación
natural», o «autoaceptación paradójica». Si bien comprendo
yo los méritos de esa
sugerencia, no puedo convenir con el autor al respecto. En el término «amor a sí mismo», el elemento paradójico en amor a sí mismo está mucho más claramente contenido. Se expresa el
hecho de que el amor es una actitud que es la misma hacia todos los objetos,
incluyéndome a mí mismo.
Tampoco debe olvidarse que ese término,
en el sentido en que se lo usa aquí,
tiene una historia. La Biblia habla de amor a sí
mismo cuando ordena «ama a tu prójimo como a ti mismo», y Meister Eckhart habla de
amor a sí mismo
en el mismo sentido. <<
[15] Calvino,
Institutes of the Christian Religion (versión inglesa de J. AIbau), Filadelfia,
Presbyterian Board of Christian Education, 1928, cap. 7, parte 4, pág. 622. <<
[16] Meister Eckhart
(versión inglesa de R. B.
Blakney), Nueva York, Harper and Brothers, 1941, pág. 204. <<
[17] Salmos 22, 10. <<
[18] Eso es verdad especialmente en lo que
atañe a las religiones
monoteístas de Occidente.
En las religiones indias las figuras maternas han conservado buena parte de su
influencia, por ejemplo, en la diosa Kali; en el budismo y en el taoísmo, el concepto de un dios -—o de una diosa—
carecía
de significación esencial, si es
que no había sido eliminado
por completo. <<
[19] Véase el concepto de Maimónides
de los atributos negativos de Dios en la Guía de los Perplejos. <<
[20] Aristóteles, Metafísica,
libro 3, 1005b, 20. <<
[21] Lao-tsé, The Tâo Teh King, The Sacred Books of the
East, F. Max Mueller (comp.), vol. XXXIX, Londres, OUP, 1927, pág. 120
(trad. cast.: Tao the king, Madrid, Siruela, 1998). <<
[22] W. Capelle, Die
Vorsokratiker, Stuttgart, Alfred Kroener Verlag, 1953, pág. 134 (Mi traducción E. F.). <<
[23] Ibídem, pág. 132. <<
[24] Ibídem, pág. 133. <<
[25] Mueller, op.
cit., pág. 69. <<
[26] Ibídem, pág. 79. <<
[27] Ibídem, pág. 112. <<
[28] Ibídem, pág. 113. <<
[29] Ibídem, pág. 47. <<
[30] Ibídem, pág. 57. <<
[31] Ibídem, pág. 100. <<
[32] H. R. Zimmer, Philosophies of India,
Nueva York, Pantheon Books, 1951. <<
[33] Ibídem. <<
[34] Ibídem, pág. 424. <<
[35] Ibídem, pág. 424. <<
[36] Meister Eckhart, Nueva York, Harper and
Brothers, 1941, pág. 114. <<
[37] Ibídem, pág. 247. Véase también la teología negativa de Maimónides. <<
[38] Meister
Eckhart, op. cit., págs.
181-2. <<
[39] Véase un estudio más
detallado del apartamiento y de la influencia de la sociedad moderna sobre el carácter del hombre en mi libro The Sane
Society, Nueva York, Rinehart and Company, 1955. <<
[40] S. Freud,
Civilization and Its Discontents (versión inglesa de J. Rivière),
Londres, The Hogarth Press, 1953, pág.
68 (trad. cast.: El malestar en la cultura, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999).
<<
[41] Ibídem, pág. 69. <<
[42] Ibídem, pág. 21. <<
[43] Freud, Gesammelte Werke, Londres,
1940-52, Vol. X (trad. cast.: Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva).
<<
[44] El único discípulo de Freud que nunca se separó
de su maestro y que, no obstante, en los últimos años de su vida modificó sus puntos de vista sobre el amor, fue Sándor Ferenczi. Un excelente estudio sobre este tema se encontrará en The Leaven of Love, de Izette de Forest, Nueva York, Harper and Brothers,
1954. <<
[45] H. S. Sullivan, The Interpersonal
Theory of Psychiatry, Nueva York, W. W. Norton Co., 1953, pág. 246. Debe notarse que, aunque Sullivan
da esta definición en relación a los impulsos de la preadolescencia,
habla de ellos como tendencias integrativas, que aparecen durante la
preadolescencia, «que cuando están
completamente desarrolladas, denominamos amor», y dice que ese amor de la
preadolescencia «representa el comienzo de algo muy similar al amor pleno, psiquiátricamente definido». <<
[46] Ibídem, pág. 246. Otra
definición del amor según Sullivan: el amor comienza cuando una
persona siente que las necesidades de otra persona son tan importantes como las
propias. Está menos
coloreada por el aspecto mercantil que la formulación anterior. <<
[47] Para un cuadro de la concentración, la disciplina, la paciencia y la
preocupación necesarias para
el aprendizaje de un arte, recomiendo al lector Zen the Art of Archery, de E.
Herrigel, Nueva York, Pantheon Books, Inc., 1953. <<
[48] Si bien existe abundante cantidad de
teoría y práctica sobre ese tema en las culturas
orientales, especialmente en la India, también se han hecho en los últimos
años intentos
similares en Occidente. El más
importante, en mi opinión,
es la escuela de Gindler, cuyo fin es la percepción del propio cuerpo. Para la comprensión del método de Gindler, véase
el trabajo de Charlotte Selver, en sus cursos y conferencias en la New School
de Nueva York. <<
[49] La raíz de la palabra educación
es e-ducere, literalmente, conducir desde, o extraer algo que existía potencialmente. <<
[50] Véase el artículo de Herbert Marcuse, «The
Social Implications of Psychoanalytic Revisionism», Dissent, Nueva York, verano
de 1956. <<
[51] En mi libro Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, procuré examinar
detalladamente ese problema. <<
[52] Barcelona, Paidós, 1947 (1ª
ed.). <<
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