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LECTURA # 5
La
doctrina de Emmanuel Mounier
sobre
el personalismo y las bases generales de la persona y la sociedad
en
la Constitución política del Estado Peruano
- Introducción
- La síntesis del manifiesto
- Personalismo o societarismo en la
Constitución política del Estado
- La realidad de las cosas en la sociedad
- Conclusiones
- Notas
- Bibliografía
El nombre de Emmanuel Mounier puede no ser tan conocido
para las nuevas generaciones de seres humanos inmersos en la vorágine de la
lucha por el poder terrenal, en el contexto de un mundo globalizado a partir de
referentes económicos y tecnológicos. Su destino, que linda con la frontera del
olvido, se parece al del gran filósofo Giordano Bruno, trágicamente muerto por
los asesinos de la inquisición católica de la Edad Media. La injusticia del
olvido de los mencionados hombres de reflexión está siendo remediada y
subsanada a través de la obra de profesores de filosofía contemporáneos,
conocidos mayormente en el ámbito de sus centros de labores. En esa medida, el
rescate del legado de Bruno, y también en esa medida el rescate de la doctrina
personalista de Mounier.
La doctrina elaborada por este filósofo francés se
localiza históricamente en el tiempo entre los años de 1930 a 1950; esto es, con
una comprensión del mundo que tenía todavía fresca o reciente la experiencia de
dos devastadoras guerras mundiales. La Primera Guerra Mundial posibilitó que la
obra de Mounier “Manifiesto al Servicio del Personalismo” contara con un material
de posguerra muy rico para el debate y la crítica profunda. El “Manifiesto”
personalista fue escrito cuando el autor francés contaba con treintaiún (31)
años de edad. La fecha exacta del prefacio de su obra en mención tiene como
fecha 1936; es decir, cuando en el mundo primaban las ideologías sistémicas que
en lo político se consolidaban como bandos contrarios e irreconciliables a la
luz de sus principios, aunque flexibles a la hora de las transas o coaliciones
por conveniencia táctica y circunstancial.
En ese sentido, Mounier dirige su “Manifiesto” contra la
ideología sociopolítica de su tiempo, formulando puntualmente una propia
doctrina de índole personalista, porque pone énfasis en la persona humana
dentro del desenvolvimiento de las sociedades organizadas. Por tanto, no tarda
en chocar, en un acto de defensa de principios intelectuales, con el
liberalismo capitalista y el marxismo socializante de la época, además del
fascismo por cierto. En lugar de alinearse con cualquiera de las ideologías
sistemáticas del momento, con los consecuentes réditos políticos, el autor
francés prefiere la soledad del creador; esto es, la inicial incomprensión,
acompañada por las previsibles consecuencias y ataques “desde todos los
frentes”. Tal fue el precio del lanzamiento de su “Manifiesto”, aunque también,
en términos actuales, la total indiferencia es una forma de aniquilar al
creador. Después de todo, las sociedades en donde reina la exclusión social, no
hacen mucho esfuerzo para aplicar su arma preferida: la indiferencia como nota
característica de la no inclusión social.
Sin tratar de emular al estilo del manifiesto comunista
de Engels y Marx, la obra de Mounier, escrita en 1936, no puede evitar caer en
la tentación de la emisión de la declaración de principios, de corte
personalista, pero también de carácter provisional, como el mismo autor lo
señala en su prefacio, seguramente más como muestra de sencillez y humildad de
pensamiento que como inestabilidad en su construcción doctrinaria. Es de
señalar que el prefacio de “Manifiesto al Servicio del Personalismo” está
inmediatamente acompañado por un escrito que rotula “Medida de nuestra acción”,
en el cual desde el inicio define específicamente al personalismo, en términos
que se refieren a la doctrina personalista como propia de toda civilización que afirma el primado de la persona
humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que
sostienen su desarrollo.
La pretensión de Mounier es clara: ir más allá del
fascismo, del comunismo y del “mundo burgués decadente”. Este ir más allá por
cierto que no significa un radicalismo de los mismos, sino, por el contrario,
su desconsideración y superación heroica en cuanto su propósito central viene a
ser nada menos que el primado de la persona humana. Pero en el camino de su
misión particular, el filósofo francés hace una necesaria precisión cuando
advierte que el personalismo no es más que un santo y seña significativo, una
cómoda designación colectiva para doctrinas distintas, pero que, en la
perspectiva de la situación histórica concreta, pueden ponerse de acuerdo en
las condiciones elementales, físicas y metafísicas, de una nueva civilización. En
palabras textuales del autor, el personalismo no
anuncia, pues, la creación de una escuela, la apertura de una capilla, la
invención de un sistema cerrado. Testimonia una convergencia de voluntades, y
se pone a su servicio, sin afectar su diversidad, para buscar los medios de
pesar eficazmente sobre la historia.
Hecha esa aclaración, la doctrina de Mounier, además de personalista
introduce elementos de un destacable realismo, pues admite, desde ya, la
existencia válida de varios personalismos. Y esto es un acto propio de un buen
autor, de un buen filósofo y de una buena persona.
Mounier busca, con la construcción de una doctrina
flexible sobre el personalismo, una civilización dedicada a la persona. Es así
que su finalidad inmediata es el definir el conjunto de primeras aquiescencias
que pueden dar fundamento a tal tipo de civilización. Este realismo del filósofo
francés lo previene de futuros sectarismos y fosilizaciones teóricas, pues
admite expresamente que hay la posibilidad, dentro de las visiones
personalistas de la sociedad, de visiones distintas de los fines superiores de
toda civilización. Resulta claro que Mounier no quiere la imposición de una
ideología común, no la busca ni la anhela, pues lo indicado es el aceptar un
acuerdo mínimo sobre “verdades de base”. Debemos entender por estas últimas a
las certezas extraídas en el propio devenir de la existencia humana, que hacen
posible la misma convivencia en sociedad sin caer en el caos o la anarquía. En
tiempos de Mounier tales verdades tenían fresco el recuerdo de la Primera
Guerra Mundial; esto es, la inserción histórica traía consigo nuevas
experiencias, traducidas como nuevos datos. En esa medida, el personalismo de
Mounier rebasa todo síntoma de individualismo, erigiéndose, al decir del autor,
en “señal de unión”, cual faro de esperanza para el cumplimiento de una misión.
Al margen de las motivaciones de Emmanuel Mounier para
dirigir sus energías y esfuerzos intelectuales a la creación de una corriente
de pensamiento que ayude o haga posible una mejor civilización humana en el
planeta, lo cierto es que uno de sus primeros objetivos es aislar y anular a
los esquemas estrechos de concepción, tan comunes tanto en ciencia como en
filosofía. Precisamente esta “estrechez de concepción” históricamente tuvo en
enorme demérito de ocasionar la paralización y hasta el retroceso civilizatorio
(1). En este sentido, se
advierte a sí mismo contra toda forma de doctrinarismo, e incluso de moralismo,
cuando precisa la peligrosidad del acto de concebir reglas y exigencias morales
tomadas en su más amplia generalidad; esto es, en fraseología de Mounier, por
ser los moralistas, como los doctrinarios, extraños
a la realidad viva de la historia. Aquí el autor critica al
moralismo por ineficaz precisamente por caer en la generalidad, y no sobre
concretos procesos históricos, que para el caso de las sociedades humanas
admiten una fuerte estructura espiritual.
El filósofo francés admite acertadamente que la civilización tiene un
carácter de suma complejidad cuando señala que toma a la misma en toda su
profundidad, al mencionar los referentes válidos constituidos por los valores espirituales,
afirmando la primacía de los mismos, teniendo a la vez conciencia en que tal
reconocimiento no implica caer en el error “doctrinario o moralista”.
Mounier tiene tanta
consideración a la civilización que la lleva a los niveles de una respuesta
metafísica frente a una “llamada metafísica”, pero no elude la obligación
intelectual de precisar la definición. Y en tal sentido, para el filósofo
francés la civilización viene a ser el progreso coherente de la
adaptación biológica y social del hombre a su cuerpo y a su medio; la cultura es concebida como la
ampliación de su conciencia, la soltura que adquiere en el ejercicio del
espíritu, su participación en cierta forma de reaccionar y pensar, particular
de una época y de un grupo, tendente a lo universal; y la espiritualidad es definida como el
descubrimiento de la vida profunda
del ser humano. Esos tres conceptos vienen a constituirse como las tres mesetas
ascendentes de un humanismo total. En esta perspectiva de totalidad, el autor despliega
una visión revolucionaria que lo aproxima con el marxismo –él mismo lo reconoce- en cuanto que una espiritualidad encarnada, cuando es amenazada en su
carne, tiene como primer deber liberarse y liberar a los hombres de una
civilización opresiva. Pero a
su vez se distancia del marxismo cuando afirma los referentes metafísicos de su
doctrina, concretamente respecto a la civilización y a la cultura humanas. En
este orden de ideas concibe un “plus” acerca del trabajo, de la ciencia, del
arte y de la vida personal; esto es, lo laboral debe referirse a linderos que
van más allá de la mera producción, la ciencia debe trascender la utilidad, así
como el arte debe trascender el simple pasatiempo, y la vida personal ha de
descubrir lo universal que se anida en cada particularidad humana. Con esto
último Mounier se descubre como un excelente metafísico y filósofo, detentador
de un realismo pocas veces visto en tal condición. En un contexto de
cuestionamiento práctico a las sociedades de religión cristiana, Mounier se
erige como una voz que clama en el desierto frente a una humanidad diezmada.
Empujado por una fuerza espiritual, desconocida por gran parte de sus
contemporáneos, el filósofo francés se dirige contra el mundo burgués y sus
ídolos paganos (el dinero y el confort), así como contra los colectivismos
(marxismo, fascismo) para desde el campo de la metafísica y la filosofía dejar
una concreta esperanza como legado para las futuras humanidades por venir.
Lo que a simple vista
parece ser extraído del museo de la historia sin embargo asume aparentemente
cierta actualidad cuando los preceptos constitucionales declaran que la persona
humana (o la defensa de la misma) es el fin supremo de la sociedad y del Estado
(artículo 1 de la Constitución Política del Estado). En esa medida, estaríamos
ante una Constitución personalista, por lo que cabe plantearnos la siguiente
interrogante:
¿ Resulta ser o no de índole personalista la
Constitución Política del Estado vigente a la luz de lo preceptuado en su
primer artículo ?
1. Una luz en la oscuridad.- Después de precisar la existencia de un mundo contemporáneo adverso a la
persona, Mounier sueña con una civilización personalista como aquella cuyas
estructuras y espíritu están orientados a la realización como persona de cada
uno de los individuos que la integran. Pero, tras distinguir dos planos
distintos entre individuo y persona, se ve obligado a dar una definición, en
estricto, de esta última. Es así que concibe a la persona como un ser espiritual
constituido por una forma de subsistencia y de independencia en su ser. La
subsistencia necesita de una adhesión a una jerarquía de valores libremente
adoptada, con lo cual el libre albedrío resulta fundamental en la doctrina
personalista.
1.1 La doctrina personalista.- La filosofía personalista constituye para algunos el síntoma y para otros
la respuesta a esa situación de nihilismo, cuando ni la soledad, ni la muerte
permiten responder a la pregunta por el sentido, y la “persona” se divisa en el
horizonte conceptual como alternativa la crisis de la modernidad. Frente a los
vacíos existenciales de la humanidad de posguerra, el individuo es ignorado
como solución a las crisis de las sociedades humanas. Según el creador del
movimiento personalista, Emmanuel Mounier, el “personalismo” fue usado en
primer lugar como concepto por el poeta norteamericano Walt Witman en su libro “Democratic
vistas” de 1867, y entró en filosofía de la mano de Renouvier que definió con
esta palabra su sistema filosófico en 1903. Sin embargo, en su uso moderno, el
“personalismo" es una escuela filosófica muy concreta, que se origina en
la obra de Mounier y en la revista “Esprit” a partir de la fundación del
movimiento en la localidad pirenaica de Font-Romeu en el mes de Agosto del año
de 1932. La filosofía personalista es la expresión del existencialismo cristiano
o, si se prefiere, del “inconformismo religioso” que se desarrolló
principalmente entre católicos en Francia, pero también, y simultáneamente, en
pequeños núcleos judíos y protestantes de Alemania, en las décadas de 1930 a
1950. Las raíces del “personalismo” habría que buscarlas en la ética
fenomenológica de Jaspers y de Max Scheler, autor de “Naturaleza y formas de la
simpatía”, “El sentido del sufrimiento”,
“El genio, el héroe, el santo”, “La idea
del hombre y la historia”, etc; así como en la filosofía de Alain, un profesor
que consiguió una singular audiencia en ambientes cristianos de la época.
El “personalismo” no propugnaría una filosofía
de la historia, ni una antropología, ni una teoría política, sino que se tiene
a sí mismo por un movimiento de acción social de tipo cristiano que une fuertes
elementos comunitarios con la reflexión conceptual de raíz metafísica (para
algunos teológica) sobre el sentido trascendente de la vida. En ese sentido se
puede decir que los personalistas no se consideran como militantes de un
sistema o de una ideología sistémica, sino que asumen el personalismo como una “orientación”
de la vida en sentido comunitario. Así el “personalismo” consiste, más que en
una teoría cerrada, en una “matriz filosófica” cristiana, o una tendencia de
pensamiento dentro de la cual son posibles matices muy diversos pero que tiene
en común asumir la perspectiva creyente y la condición dialógica de la persona,
es decir, la apuesta por el diálogo comunitario, como condición que hace
posible la filosofía. Para comprender su propuesta es necesario asumir, casi
como un axioma, o como una regla de vida, que “persona” significa mucho más que
“hombre”, e incluso llega a simbolizar precisamente lo contrario de
“individuo”.
Entre
los principales autores personalistas tenemos:
- Emmanuel Mounier (“Manifiesto al servicio del
personalismo”; “El Personalismo” y especialmente la revista “Esprit”, órgano
del movimiento);
-
Gabriel Marcel (“Ser y tener”, “Diario metafísico”, “Los hombres contra lo
humano”);
·- Jean Wahl (“Estudios kierkegaardianos”);
-
Jean Lacroix (“Persona y amor”, “El personalismo como antiideología”);
- Paul-Ludwig Landsberg (“Experiencia de la
muerte”). Este último autor, judío de
origen alemán, fue ayudante de cátedra de Scheler y, tras las leyes antisemitas
de Hitler se trasladó primero a París, donde participó en el “Colegio de
Sociología” y, posteriormente, a Barcelona, llamado por Joaquín Xirau para
formar parte del profesorado de la Universidad Autónoma; de manera que ambos
pueden ser considerados los iniciadores del personalismo filosófico en España.
Landsberg terminaría sus días suicidándose con una dosis de cianuro, en un
campo de concentración nazi. El personalismo, por su esencia democrática, se
desplegó de una forma muy significativa, tanto antes como después de la guerra civil
española de 1936-1939. Por esa época floreció un importante movimiento
religioso y cultural cuyo autor más significativo fue el abogado y escritor
Maurici Serrahima, amigo personal de Mounier y colaborador de la revista “Esprit”.
La viuda de Mounier, Paulette, fue incluso detenida en Barcelona bajo el
franquismo, el 29 de enero de 1969, durante el estado de excepción al reunirse
con jesuitas e intelectuales antifranquistas. El personalismo español en lengua
castellana fue, sin embargo marcadamente minoritario antes de la guerra,
limitándose a la revista “Cruz y Raya” de José Bergamín y a las colaboraciones
en “Esprit” de José María de Semprún y Gurrea, padre del escritor antifascista
Jorge Semprún.
Fuera del círculo intelectual
español, muchos intelectuales católicos han tenido relación con el movimiento
personalista. Así puede considerarse también “personalista” alguna obra de
Jacques Maritain (especialmente “Humanismo integral”). Junto a la filosofía, el
personalismo ha tenido un importante componente literario. Así, por ejemplo, se
ha llegado a considerar que la obra de Mounier resulta difícil de comprender
sin la literatura de Charles Péguy.
El
personalismo, aunque ha contado con autores judíos, como Buber, Landsberg o Levinas,
y protestantes como Ellul, vendría a ser según los críticos un existencialismo
básicamente católico, teniendo, todo lo indica, un papel fundamental en la
renovación del pensamiento eclesiástico previo al Concilio Vaticano II que,
asumiendo gran parte de sus tesis sobre la relación entre Iglesia y mundo
seglar, lo dejó casi sin objeto. De hecho, la revista “Esprit” se ha movido
políticamente desde hace más de medio siglo en la órbita del socialismo
democrático intelectualizado. Por eso se afirma que en tanto existencialismo
leído en clave creyente, el movimiento personalista sustituye el nihilismo
desesperado por la esperanza trascendente y por la experiencia comunitaria. En
esa medida, el hombre es “persona” en la medida en que no se esconde en la
masa, ni se deja negar por la tecnología, ni cae en abstracciones conceptuales
individualistas.
a) La
Persona.- El personalismo se constituye a su vez como lo contrario al
colectivismo, donde el sujeto se convierte en número, y como lo contrario al
individualismo, que nos vuelve incapaces de comunicarnos entre nosotros mismos
como entidades inexorablemente relacionadas entre sí.
En
palabras de Mounier, el individividuo es
la dispersión de la persona en la materia, dispersión y avaricia. Mounier,
en el contexto de su doctrina, afirma que la persona no crece más que
purificándose del individuo que hay en ella. Contra el individualismo, propio
de una sociedad despersonalizada, se reivindica a la “Persona” como ser
concreto (no subjetivo) y por ello relacional y comunicativo, es decir,
“comunitario”. En plena posesión de una dialéctica existencial, el
personalismo, luego de desechar gramaticalmente el término “individuo” para
referirse al ser humano en solitario, aislado como unidad teniendo en cuenta la
humanidad como referencia máxima con la cual cotejar, centra sus esperanzas en
el término lingüístico “persona” (2).
Textualmente,
Mounier afirma sobre la persona: “Una persona es un ser espiritual
constituido como tal por una manera de subsistencia e independencia de su ser;
mantiene esta subsistencia por su adhesión a una jerarquía de valores
libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso responsable y una
conversión constante: unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla,
por añadidura, a impulsos de actos creadores la singularidad de su vocación”.
Al margen de las dificultades
inherentes a toda traducción idiomática, en Mounier las cosas están claras en
lo referente a la importancia que tiene el término gramatical “persona”.
b) La
comunidad.- Una vez precisados el lugar y la
importancia de la “persona” en la estructura de la doctrina personalista de
Mounier, es en la comunidad, en la relación concreta de comunicación con los
demás, donde realmente se constituye la persona. Para el personalismo, los dos
conceptos básicos que darían unidad al pensamiento son “persona” y “amor”.
Ambos conceptos se han encontrado también en el pensamiento liberal y en el
romanticismo pero con otra significación radicalmente distinta. Según el
movimiento personalista el significado que de ellos se ha dado, incluso en el
ámbito creyente, ha sido puramente instrumental y alienante. Así, por ejemplo,
el socialismo marxista tiene razón en denunciar el idealismo y la superficialidad
de ambos conceptos porque se ha tendido a pensarlos como puras abstracciones, “descarnadas”.
En consecuencia, cumple con cambiar el punto de vista desde el que se ha
reflexionado sobre ellos. En esa medida, la persona debe ser comprendida desde
un punto de vista relacional, puesto que se realiza en medio de una
coexistencia. El hecho de que esta relación sea profunda, íntima, está en
absoluta contradicción con el cosmpolitismo burgués, heredado del Renacimiento
y de las Luces. En tal sentido, Mounier era taxativo. En el contexto de su
doctrina llegó a afirmar que quizás solamente quien ha
penetrado profundamente en Dios, es capaz de amar a todos los hombres. Sin
embargo él mismo advirtió que no amaba a la humanidad, que no trabajaba por la
humanidad, sino que amaba a algunos hombres, habiéndole resultado la
experiencia tan fértil que por ella se sentía ligado a cada prójimo que
atravesaba por su camino. En tal virtud, “persona” y “amor”
deberían ser considerados no desde el punto de vista simbólico, o como
abstracciones conceptuales, sino como transcendentales y como expresión de la
sacralidad de la vida. Por eso mismo el personalismo tiene una profunda
vocación pedagógica: se trata no sólo de amar, sino de educar para el amor y la
trascendencia a una nueva humanidad. Así educar no consiste en hacer “mejores
personas”, sino en “despertar” a la persona, pues para Mounier una persona se
suscita por una llamada, no se fabrica por “domesticación”.
c) La visión intrasistemática.- Sin caer en confusión, en cuanto que la doctrina
personalista no obedece a esquemas cerrados de concepción, la concepción
personalista del mundo es claramente contraria a la versión que sobre el hombre
ofrece la ciencia positiva, en la medida que para esta filosofía lo humano es,
por definición “cualitativo” y, por tanto, ajeno al modelo descriptivo,
cuantificable y analítico de las ciencias, que se daba por supuesto en el mundo
académico francés desde la fundación de la “Sociedad de Biología” (1848) y de
la “Sociedad Médico-Biológica” (1855).
La
ciencia positivista, según el personalismo, describe al hombre “desde fuera”
pero lo ignora interiormente o lo considera, como Freud, sólo como pulsión de
placer. Pero el hombre tiene aspiraciones morales, estéticas y religiosas que
la ciencia no recoge, ni comprende. El hombre es “persona”, es decir,
conciencia interior más allá de la burda materia. Y esa conciencia es, además,
relacional, es decir, está abierta a lo religioso, en cuanto que religa o
reúne, y a lo comunitario. En otras palabras, en cuanto “persona” el hombre no
es sólo cuerpo sino también alma. Y esa alma necesita de amor. En línea
secuencial de la doctrina de Mounier, sólo por el amor se accede a la persona.
De ahí la importancia del “testimonio” que se da mediante la propia vida por
encima incluso de la acción política. Por eso se ha llegado a afirmar que el
personalismo se ve a sí mismo como una teoría de la esperanza. En el contexto
de su doctrina, Mounier señaló que el nihilismo, del que se desprende el
espíritu de catástrofe, es una reacción masiva de tipo infantil, pues, en sus
palabras, sólo los seres débiles, los niños, los enfermos y los nerviosos se
desalientan. En ese sentido, para este filósofo personalista, la angustia de
una catástrofe colectiva del mundo moderno es, ante todo, en nuestros
contemporáneos una reacción infantil de viajeros incompetentes y “alocados”.
Mucho
entusiasmo o no en el porvenir de la humanidad, lo cierto es que una sociedad
personalista sería, pues, la consecuencia de una actitud comunitaria, que sitúa
la comunicación, la “fraternidad”, entendida como virtud cristiana y no como
imperativo republicano, en el centro de la acción política.
2. Los
principios de una nueva humanidad.-
a) Un recetario.- En el contexto de su doctrina, se puede decir que Mounier esbozó cinco puntos, a manera
de recetario, que se hacen necesarios para que pueda llegar a desarrollarse una
sociedad personalista y comunitaria:
1.- Salir de sí mismo; esto es, luchar contra el “amor propio”, que hoy denominamos
egocentrismo, narcisismo, individualismo;
2.- Comprender: Situarse en el punto de vista del otro, cual empatía; no
buscar en el otro a uno mismo, ni verlo como algo genérico, sino acoger al otro
en su diferencia;
3.- Tomar sobre sí mismo, asumir, en el sentido de no sólo
compadecer, sino de sufrir con el dolor, el destino, la pena, la alegría y la
labor de los otros;
4.- Dar, sin reivindicarse como en
el individualismo pequeño burgués y sin lucha a muerte con el destino, como los
existencialistas. Una sociedad personalista se basa, por el contrario, en la
donación y el desinterés. De ahí el valor liberador del perdón;
5.- Ser fiel, considerando la vida como una aventura creadora, que exige
fidelidad a la propia persona.
El recetario es dado por Mounier,
con la previa aclaración que el asumir al individuo como «persona» no significa
perderse en un espiritualismo más o menos platónico, o sublimar un “doble”
imaginario de los humanos concretos, sino aceptar que el sujeto humano es carne
espiritualizada, transcendida en cuanto que el amor (imagen de un amor divino)
se vive en lo concreto, y en lo material -por eso mismo se dice que el
movimiento personalista, tras un breve instante de vacilación con el
colaboracionismo de Vichy, en la segunda guerra mundial, se alineó con los
comunistas en la resistencia antinazi-. Utilizando las mismas palabras de
Mounier, la persona es “existencia encarnada”, y olvidar eso conduce a
despersonalizar a los humanos. Y para este filósofo francés la
despersonalización se traduce inevitablemente como deshumanización.
El
personalismo quiere fundar un nuevo humanismo cuyo sentido último se halla en
la idea de la persona como expresión del amor divino. Por eso el personalismo
es radicalmente antiliberal en la medida en que no acepta la idea de los
humanos como meros “átomos sociales”; a la idea de libertad irrestricta le
opone la de comunidad, por lo que ese es el único ámbito en que la libertad
resulta pensable. La sociedad es, ante todo, una comunidad de almas, es decir,
una totalidad construida como suma de esfuerzos conjuntados en que lo material,
no sería más que “símbolo”. El liberalismo conduciría a lo que Mounier llamará
“existencia dramática” es decir, a la que ve el tiempo y el ser no como
plenitud, sino como vacío, que se expresa filosóficamente en el existencialismo
sartriano. Aquí es de anotar que el enfrentamiento con Sastre -a quien Mounier
pretendió ningunear, situándolo en la rama izquierda del “árbol
existencialista” cuyo tronco vendría a ser Kierkegaard y en cuya base está
Pascal para hundir sus raíces en San Agustín- no tiene tanto que ver con el
ateísmo cuanto con lo que Mounier denomina “el ala mundana”, la moda burguesa
del decadentismo. Sin embargo, más allá de las particulares disputas entre uno
y otro autor, el ser, y específicamente, el ser humano, es un misterio profundo
y, como tal, transciende toda solución. En la medida en que lo humano es
incapaz de perdurar, cualquier “yo” pierde sentido ante el misterio que, en
cambio, permanece siempre. Fidelidad, amor y admiración serían los valores que
nos constituyen, en tanto que seres humanos, ante el misterio. Asumiendo que el
hombre, en tanto que persona, corresponde a la categoría de “misterio”, Mounier
dará un paso más considerando que su filosofía no es un estudio sobre el
hombre, sino un “combate por el hombre”.
b) Los temas básicos.- Emmanuel
Mounier fue un líder del movimiento personalista, sin duda su principal
ideólogo, en cuanto asume el sentido de un “Manifiesto”, y ha corrido el
peligro de convertirse en un autor olvidado, sólo apto para uso en contextos
clericales o de escolástica pedagógica. Es de recordar que el filósofo francés
murió a los 45 años de edad, y gran parte de su obra es estrictamente de “combate”,
pero aunque su retórica tiene algo de crispado y su vocabulario suena hoy a los
“años 30”, su obra no debiera interesar sólo en el mundo eclesiástico, pues su
revista “Sprit” sirvió como medio de expresión para escritores no precisamente
católicos ni personalistas en estricto sentido.
Mounier pretendió pensar una filosofía
cristiana conscientemente contemporánea en un momento en que cristianismo y
modernidad se habían dado, aparentemente en forma definitiva, la espalda. Por
eso mismo su obra no puede entenderse sin advertir que se trata de la respuesta
creyente a la filosofía de la sospecha, representada por Marx, Nietzsche o
Freud. Sin embargo, paradójicamente, Mounier anuncia sin saberlo la
postmodernidad al proponer el ”Rehacer o reconstruir el Renacimiento” como
objetivo de un pensamiento católico que no puede estar frontalmente contra la
modernidad sino que debe mostrar la insuficiencia del modelo humanista
individualista heredado del renacimiento y de la ilustración.
“Rehacer
el Renacimiento” significa optar por explicar el mensaje de Jesús a través del
camino de Erasmo de Rotterdam en vez de hacerlo por el de Lutero o Descartes. En
tal sentido, podríamos decir que se trata de un pensamiento “moralista” que, “toma
conciencia del desorden”, como alternativa a un pensamiento mecanicista que conduce
a la degradación del hombre, a la insignificancia de lo humano ante la máquina
y el dinero.
Para
Mounier, la respuesta al ateísmo se encuentra en el necesario “humanismo concreto”;
esto es, no hay seres en abstracto y desarraigados sino “personas” miembros de
una comunidad, de una cultura espiritual en cuyo seno se realizan. En palabras
de Mounier, “la desesperación no es una idea, es sobretodo un corrosivo”. Por
eso para el personalismo el ser humano no es un individuo errático, sino un
proyecto de comunicación y una íntima participación en la vida. En
consecuencia, el principal error del existencialismo “ateo” sería el de definir
al hombre como proyecto pero sin prestar atención a las condiciones por medio
de las cuales dicho proyecto tiene sentido: el amor, la familia, la comunidad.
Son precisamente esas instancias comunitarias las que evitan caer en la
desesperación, en el desarraigo, y nos permiten abrirnos al sentido en un mundo
cada vez más cosificado. “Sentido” y “transcendencia” se descubren como
remedios contra la “angustia” y la “desesperación” existencial.
La
revolución del siglo XX no sería, para Mounier, el socialismo que considera a
los individuos como números y miembros de una masa, sino el redescubrimiento de
una comunidad donde el hombre logre ser “persona” y no simple número. Ello
exige, por lo demás, superar la perspectiva tecnológica e instrumental del
humanismo renacentista, para recuperar la trascendencia.
En el personalismo del
autor francés podemos apreciar cierta primacía de lo espiritual sobre lo
material, la de los valores de la cultura sobre los valores vitales, y la de
estos valores accesibles a todo el mundo en la alegría, en el sufrimiento, en
el amor de cada día, traducidos como valores de amor, de bondad, de caridad.
Por otro lado, Mounier, que nunca redactó su tesis doctoral en filosofía y
sentía un indisimulado menosprecio por la Academia, fue, más que un pensador de
sistema, un considerable “constructor de metáforas”, cuya vigencia sigue siendo
central en el pensamiento crítico, incluso a extramuros del ámbito cristiano.
Señalemos
algunas que están marcadas por el intento de reivindicar el cristianismo
reapropiándose de temáticas surgidas alrededor de Marx y Nietzsche:
Desorden establecido: Situación de la sociedad
en que el orden social se fundamenta exclusivamente en lo económico y cuya
vigencia degrada a la persona. Ya no hay más que un dios sonriente y
horriblemente simpático: el Burgués. El hombre ha perdido el sentido del Ser,
que no se mueve más que entre cosas, cosas utilizables, privadas de su
misterio, dice en “Manifiesto al servicio del Personalismo”. El desorden
establecido puede definirse también como trivialización de la vida, el reino de
la banalidad y lo superficial.
Rehacer el Renacimiento: Alternativa al desorden
establecido, que no podrá llevarse a cabo mientras no se separe lo espiritual
de lo político y de lo económico para recuperar la espiritualidad ocultada por
el pensamiento técnico. El primer Renacimiento malogró el Renacimiento
personalista y desatendió el comunitario -dice Mounier-. Contra el
individualismo se ha de reemprender el primero, pero sólo se conseguirá con el
auxilio del segundo.
Cristiandad
difunta:
Como la que ha muerto por connivencia con el poder del mundo, por olvidar la
profecía, por desatender el sentido de la parábola del buen samaritano. Para
Mounier es esencial comprender que no hay dos historias, una “sagrada” y
“profana” la otra, sino que la Iglesia debe optar por lo que denomina
“sobrenaturalismo histórico”.
Tercera fuerza: Espacio político definido por la doctrina
social de la iglesia, entre el comunismo (ateo) y el liberalismo (explotador,
utilitarista). Durante algún tiempo esta posible salida fue explorada por el
personalismo como síntesis y superación dialéctica de las contradicciones.
Mounier, sin embargo, se desdijo muy pronto de este intento porque le parecía
poco espiritual. Además era contrario a moverse en el ámbito confesional, poco profético.
La pretensión del personalismo es clara: Restituir a la política su bello
sentido lleno del aprendizaje total del hombre hacia las cosas de la comunidad.
Posteriormente el concepto fue usado por la socialdemocracia y por el político
inglés Tony Blair, a finales del siglo 20, como “Tercera vía”.
Revolución personalista: Mounier llegó a proclamar
que la revolución será moral o no será.
También la definió como “una técnica de los medios espirituales”. En otras
palabras, se trata de asumir que la sensibilidad y la personalidad de la
persona representan una fuerza transformadora; esto es, sin una “conversión” de
la persona, la revolución sería sólo un cambio de gobierno, o un cambio en las
condiciones de la opresión pero no la finalización de esta última.
Humanismo
concreto: El
que se opone a convertir a los hombres en símbolos y los asume como personas
desde su diferencia pero también desde su espiritualidad. Viene a ser el
humanismo que surge de la revolución personalista.
En
cualquier caso, el personalismo es una teoría democrática en el sentido
profundo de la democracia; es decir, más allá del puro planteamiento
estadístico, el personalismo vincula la democracia con el valor, cualitativo,
de la persona y de la comunidad. Por ello mismo, en momentos de degradación de
los valores, como en la misma postmodernidad, el personalismo reaparece como un
síntoma. Como diría el propio Mounier, se trata a la vez de:
- Una perspectiva que ve al hombre como un ser
material pero a la vez interior y transcendente;
-
Un método para analizar la historia y la
acción humana desde la perspectiva de la persona;
-
Una exigencia “de compromiso total y
condicional a la vez”. Total porque no se limita a la simple crítica de lo que
ocurre, y condicional, pues la persona a la que se aspira, no es la que vive en
el “aturdimiento colectivo” o en la “evasión”.
Resulta un tanto difícil valorar hoy
la actualidad del personalismo por muchas razones. En cualquier caso está claro
que la filosofía personalista, como también el existencialismo, quedó al margen
de la corriente de pensamiento central en el siglo XX, es decir, fuera del
análisis lingüístico; muchas de sus metáforas aguantarían mal un análisis de
este tipo. Es significativo que los actuales pensadores “comunitaristas”, muchos
de ellos católicos, prácticamente nunca reconocen su deuda con el movimiento
personalista pese a que éste se basaba muy especialmente en la reivindicación
de la “comunidad”. Y la explicación puede ser sencilla: el comunitarismo actual
es de tipo liberal, mientras que Mounier abominaba del liberalismo que
consideraba anticristiano por poner al hombre bajo el dinero.
Para Mounier no será posible establecer jamás
una comunidad si no se asume que lo gratuito, lo simbólico y en general el
ámbito de “la comunicación” han de mantenerse al margen del dinero, que por su
propia esencia lleva a romper la cohesión social. Al individualismo que
denunciaba, se añade hoy un cosmopolitismo en las comunicaciones, y una
interculturalidad que puede comprenderse difícilmente desde una ética de
máximos. Sin embargo, no es casualidad que algunas críticas personalistas a la
sociedad burguesa hayan reaparecido donde menos se les podía esperar; es decir,
en el análisis sociológico de la postmodernidad. Puede entenderse fácilmente
que sea precisamente el postmodernismo de Lyotard y Vattimo el que beba de
fuentes personalistas porque es precisamente la crítica de Jaspers, Scheler y
Mounier la primera que se dirigió simultáneamente y en profundidad a la
herencia “progresista” de la Ilustración y contra el totalitarismo pesimista de
Marx, Nietzsche y Freud.
Razones
no le faltan a Mounier para criticar duramente al individualismo burgués, pero
este mismo autor francés reconoce a plenitud que, por ejemplo, la era
individualista ha partido de una fase heroica, pues su primer ideal humano, el
héroe, es el hombre que combate solitario contra potencias masivas, y en su
combate singular hace estallar los límites del hombre.
En
un destacable análisis que hace Mounier sobre el capitalismo, manifiesta que durante
un tiempo los jefes de empresa, o incluso ciertos aventureros de las finanzas,
han continuado mediante operaciones una tradición de “altos vuelos”, pues mientras
lucharon con cosas y con hombres, es decir, con una materia resistente y viva,
templaron de ese modo una virtud innegable, hecha de astucia y a menudo de
ascetismo. Al extender a los cinco continentes el campo de sus conquistas, el
capitalismo industrial les dio unas posibilidades provisionales de aventura;
pero, cuando inventó la fecundidad automática del dinero, el capitalismo
financiero les abrió al mismo tiempo un mundo de facilidades donde toda tensión
vital iba a desaparecer. Las cosas con su ritmo, las resistencias, el paso del
tiempo, se disuelven bajo el poder infinitamente multiplicado que confiere, no
ya un trabajo a la medida de las fuerzas naturales, sino un juego especulativo,
el de la ganancia obtenida sin prestar ningún servicio, tipo al que tiende a
asimilarse toda ganancia capitalista. A las pasiones de la aventura se
sustituyen entonces progresivamente, los blandos goces del confort; a la
conquista, el bien mecánico, impersonal, distribuidor automático de un placer
sin exceso ni peligro, regular, perpetuo: el que distribuyen la máquina y la
renta. Una vez que se ha internado por los caminos de esa facilidad inhumana,
una civilización no crea ya para suscitar nuevas creaciones, sino que sus
mismas creaciones fabrican una inercia cada vez más tranquila. De esa manera, razona
Mounier, la sustitución de la ganancia industrial por el beneficio de
especulación, y de los valores de creación por los valores de la comodidad, han
usurpado poco a poco el ideal individualista, y abierto el camino en las clases
dirigentes primero, y después, por descensos sucesivos, hasta en las clases
populares, a este espíritu que llamamos burgués a causa de sus orígenes y que
se nos presenta como el más exacto antípoda de toda espiritualidad.
En consecuencia, la sociedad
individualista no tiene realmente valores espirituales. Al decir de Mounier, por
un gesto de orgullo viril, ha conservado el gusto por el poder, pero por un
poder fácil, ante el cual el dinero disipa el obstáculo y ahorra una conquista
de frente; un poder, además, garantizado contra todo riesgo, una seguridad. Tal
es la victoria mediocre soñada por el rico de la Edad Moderna; la especulación
y la mecánica la han puesto al alcance del primer recién llegado. No es ya el dominio
del señor feudal, unido a sus bienes y a sus vasallos, ni sería incluso la
opresión de un hombre sobre otros hombres. Y es que el dinero separa a los
hombres al comercializar toda relación, al falsear las palabras y las
conductas, al aislar en sí mismo -lejos de los vivos reproches de la miseria-
en sus barrios, en sus escuelas, en sus vestidos, en sus vagones, en sus
hoteles, en sus relaciones, en sus misas, al que no sabe ya soportar más que el
espectáculo cien veces reflejado de su propia seguridad.
En esa medida, el héroe ya no existe
en la sociedad individualista. El rico de la vieja época, incluso está en vías
de desaparecer. No hay ya sobre el altar de esa triste iglesia más que un dios
sonriente y horriblemente simpático: el burgués. El hombre que ha perdido el
sentido del Ser, que no se mueve más que entre cosas, cosas utilizables,
despojadas de su misterio. El hombre que ha perdido el amor; cristiano sin
inquietud, incrédulo sin pasión, hace tambalear el universo de las virtudes, en
su loca carrera hacia el infinito, alrededor de un pequeño sistema de
tranquilidad psicológica y social: dicha, salud, sentido común, equilibrio,
placer de vivir, confort. El confort es, en el mundo burgués, lo que el
heroísmo era en el Renacimiento y la santidad en la Cristiandad medieval: el
valor último, móvil de la acción. El confort pone a su disposición a la
consideración y a la reivindicación. La consideración es la suprema aspiración
social del espíritu burgués; cuando ya no encuentra gozo en su confort, encuentra
al menos una vanidad en la reputación que posee con él. La reivindicación es su
actividad fundamental. Del derecho, que
es una organización de la justicia, el mundo burgués ha hecho la fortaleza de
sus injusticias, de ahí su radical juridicismo. Por otro lado,
entre este espíritu burgués, satisfecho de su seguridad, y el espíritu pequeño burgués, inquieto por alcanzarla, no existe diferencia alguna de naturaleza, sino únicamente de grado y de medios. Los valores del pequeño burgués son los del rico, deformados por la indigencia y la envidia.
entre este espíritu burgués, satisfecho de su seguridad, y el espíritu pequeño burgués, inquieto por alcanzarla, no existe diferencia alguna de naturaleza, sino únicamente de grado y de medios. Los valores del pequeño burgués son los del rico, deformados por la indigencia y la envidia.
En su relato sobre el individualismo
burgués, que al final se reduce a un individualismo absoluto, Mounier despliega
una excelente capacidad de análisis que concluye señalando que el supremo valor
del individualismo es la economía, pero la economía a costa de la alegría, la
fantasía, la bondad: la lamentable avaricia de su vida miserable y vacía.
3 De lo personal a lo comunitario.- En
orden a establecer la importancia de la persona y de la comunidad en el edificio
teórico del personalismo, es de citarse el hecho que Mounier, como Sartre, tenía
cierta aversión a la filosofía sistemática. Mounier le agrega una capa de
subjetividad, acorde con el ámbito de discrecionalidad que necesita su
doctrina, a la epistemología del personalismo, en la espera de tomar en cuenta
las varias experiencias que son únicas a cada ser humano. De acuerdo con su fe
en la libertad creativa de la persona humana, Mounier se niega a aceptar
jerarquías sistemáticas, sobreregimentadas e impersonales. Y es que la
complejidad de la actividad humana es meramente una reflexión de la complejidad
del ser humano. Para el personalismo, el hombre es “todo cuerpo”, pero también,
es “todo espíritu”. Esta última noción restauraría la dignidad inherente al ser
humano, mientras combate la convicción de Marx, de que el hombre es únicamente
cuerpo. Mounier utiliza la expresión de "existencia encarnada" para
connotar la unidad entre cuerpo y espíritu. Es el espíritu el que nutre el
pensamiento, y el cuerpo quien lleva el pensamiento a la expresión. La
existencia objetiva del cuerpo, combinada con las experiencias subjetivas del
espíritu, actualizarían a la persona.
a) La sociedad.- Como medio en donde se desenvuelve la persona, lo
societario adquiere una especial importancia.
La terminología de Mounier es crítica para entender sus ideas acerca de la sociedad. Para el personalismo, el individuo es aquel cuyo ego y libertad indirecta e ilimitada disminuye su sentido de vocación moral, específicamente hacia otros. Esta es la "libertad" expuesta por los existencialistas, especialmente Sartre, pero esta es una fuerza aislante, que restringe al hombre a trabajar para sí mismo para darle sentido a su aparentemente innecesaria existencia. Mounier, sin embargo, argumenta que el aislamiento del hombre permanecerá penetrante hasta que renueve su sentido de vocación moral, algo es posible solamente en una comunidad. Así amar a otros involucra las relaciones interpersonales y la interacción comunitaria, cuyo resultado es "reconciliar al hombre a sí mismo, exaltarle y transfigurarle." Esto deja al hombre abierto a experiencias y a la trascendencia, experiencias que no están disponibles al individuo aislado. En fraseología de Mounier, si la primera condición del individualismo es la centralización del individuo en sí mismo, la primera condición del personalismo viene a ser su descentralización, para poder colocarle en las perspectivas abiertas de la vida personal.
La terminología de Mounier es crítica para entender sus ideas acerca de la sociedad. Para el personalismo, el individuo es aquel cuyo ego y libertad indirecta e ilimitada disminuye su sentido de vocación moral, específicamente hacia otros. Esta es la "libertad" expuesta por los existencialistas, especialmente Sartre, pero esta es una fuerza aislante, que restringe al hombre a trabajar para sí mismo para darle sentido a su aparentemente innecesaria existencia. Mounier, sin embargo, argumenta que el aislamiento del hombre permanecerá penetrante hasta que renueve su sentido de vocación moral, algo es posible solamente en una comunidad. Así amar a otros involucra las relaciones interpersonales y la interacción comunitaria, cuyo resultado es "reconciliar al hombre a sí mismo, exaltarle y transfigurarle." Esto deja al hombre abierto a experiencias y a la trascendencia, experiencias que no están disponibles al individuo aislado. En fraseología de Mounier, si la primera condición del individualismo es la centralización del individuo en sí mismo, la primera condición del personalismo viene a ser su descentralización, para poder colocarle en las perspectivas abiertas de la vida personal.
El
énfasis de Mounier en la comunidad y su habilidad para ayudar al individuo en
la trascendencia de sí mismo podría indicar tendencias marxistas. A pesar de
que Mounier reconoció que el personalismo tiene algún compañerismo con la
filosofía de Marx, las diferencias, según él mismo, son significativas, puesto
que el personalismo iluminaría más el campo de la interioridad y la
trascendencia que la mayoría del marxismo. Al enfatizar la
"interioridad" cambia radicalmente el lugar de la persona humana en
el entendimiento marxista de la economía. Cuando una persona existe solamente
como una tuerca en una máquina productora de riqueza, sólo en su aspecto
físico, o aquello que fabrica los medios para la prosperidad, pierde su valor.
Para prevenir que la persona se convierta en el medio para un fin económico
impersonal, Mounier respondió al fracaso marxista al reconocer plenamente la
dimensión espiritual del hombre. Y es que sin tener en cuenta la naturaleza
dual del hombre, el trabajo, por ejemplo, se puede convertir en una actividad
degradante y deshumanizante.
Mounier
también tenía poca simpatía por un gobierno intrometido en las vidas de las
personas. El argumenta que la inevitabilidad del Estado no necesariamente le
otorga autoridad. En cambio, su autoridad deviene de personas libres que
dependen de ella para preservar sus libertades dirigidas. Para Mounier, el
hombre libre es aquel a quién el mundo le plantea cuestiones y las resuelve
adecuadamente; es el hombre responsable, siendo la libertad de este tipo una
fuerza que une, no que divide, y lejos de tender a la anarquía, es, en el
sentido original de la palabra, “religiosa” y “devota”. Aquí el cristianismo
católico de Mounier se deja apreciar con cierta nitidez, sin embargo, yendo al
origen de la palabra “religión” (religar, reunir, volver a unir) podemos
admitir que, en esencia, cuando la libertad existe como un fin en sí misma,
removida de su aplicación religiosa, "centraliza" al hombre en sí
mismo, causando división en las comunidades. Cuando esto ocurre, los
individuos, no las personas según la doctrina de Mounier, ven hacia el Estado
para que les provea aquello que la comunidad puede proveer. En ese sentido, una
sociedad de individuos no puede prevenir por mucho tiempo el advenimiento del
estatismo.
b) El Estado.- Como organización administrativa que representa a la
nación, Mounier reflexiona sobre el
lugar adecuado del Estado para la humanidad. El Estado, para la doctrina
personalista, no es la nación, ni siquiera es una condición que debe ser
cumplida antes de que la nación pueda llegar a existir. Al decir de Mounier, sólo
los fascistas proclaman abiertamente que su meta es el bien del Estado. Pero
desde una visión humana de la historia, el Estado es aquello que le da
objetividad, fuerza y concentración, a los derechos humanos; emergiendo
espontáneamente de la vida de los grupos organizados, y en este respecto, viene
a ser la garantía institucional de la persona.
En palabras de síntesis, el Estado está hecho para
el hombre, no el hombre para el Estado, así como la economía está destinada
para servir al hombre, y no el hombre al servicio de la economía. En términos
del personalismo de Mounier, el Estado no es una comunidad espiritual, o una
persona colectiva en el sentido propio de la palabra. No está por encima de la
patria ni de la nación, ni mucho menos respecto a las personas. En ese sentido,
viene a ser un instrumento al servicio de las sociedades, y, a través de ellas,
al servicio de las personas, teniendo el carácter de artificial y subordinado,
pero al fin necesario. Debido a la naturaleza dual del ser humano, en cuanto
tiende tanto al bien como al mal, las personas y las sociedades sucumbirían a
la anarquía sin la presencia del Estado.
El Estado se constituye como el “último recurso”
para arbitrar los conflictos de los seres humanos entre sí. He ahí a la
jurisdicción del Estado. Pero, en cuanto relación de medio a fin, se puede
detectar ya que, según la doctrina personalista, el Estado viene a ser el
medio, y la persona el fin. El Estado existe para que las personas encuentren
su realización, desde un primer plano de aseguramiento de una coexistencia
superadora del más absoluto caos social. El Estado sólo existe en beneficio de
la persona realizada en sociedad.
c) La nación.- En terminología de Mounier, la nación viene a ser el
“abrazo” que reúne a la abundancia de sociedades diversas alrededor de las
personas (sociedades económicas, culturales, espirituales), bajo la unidad viva
de una tradición histórica y de una cultura particularizada en su expresión,
con poder de cierta universalidad. Para el filósofo francés la nación es una
realidad mixta y no cristalizada. Por un lado, la nación sería receptáculo de
una multiplicidad de sociedades a las que tiene que mantener con vigor; y, por
otro lado, si no comunidad en sentido estricto, sí sería al menos una entidad
comunitaria, vínculo flexible y vivo entre la universalidad que únicamente cada
persona como tal puede alcanzar y llevar, y las “sociedades carnales” que
rodean y retienen al individuo. Sin embargo, el personalismo de Mounier coloca
por encima de la nación a la comunidad
espiritual personalista, que se realiza más frecuentemente a pequeña escala
entre personas, permaneciendo como el “modelo lejano” del desarrollo social.
La
nación así se constituiría como el punto intermedio entre sociedad y Estado,
alcanzando su plena realización en una comunidad personalizada. Al fin de
cuentas, Mounier habla de una comunidad internacional, y del derrumbamiento del
Estado nación.
d) Plataforma de combate por un régimen
personalista.- En su “Manifiesto al servicio del Personalismo” Emmanuel Mounier se
atreve a esbozar, a modo de plataforma de combate, las estructuras
fundamentales de un régimen personalista, que comienzan con los principios de
una educación personalista, traducidos como las siguientes declaraciones de
doctrina:
- La educación no tiene por finalidad el
modelar el niño al conformismo de un medio social o de una doctrina de Estado;
- La actividad de la persona es libertad y
conversión a la unidad de un fin y de una fe. Una educación fundada sobre la
persona no puede ser totalitaria;
- El niño debe ser educado como una persona por
las vías de la prueba personal y el aprendizaje del libre compromiso.
Luego de ello, Mounier no duda en
precisar al máximo los enunciados programáticos para lograr una “ciudad
personalista”, dentro de una sociedad humana personalizada. Su personalismo
trascendental hace que valore el papel de la mujer en la sociedad de su tiempo,
dirigida por hombres, mucho antes que se le reconozca, entre otros derechos, el
derecho al voto, por ejemplo. Habla incluso del paso de la familia celular a la
familia comunitaria, y, al querer abarcar la amplia gama de asuntos que
conciernen a la sociedad organizada, menciona que una economía personalista se
traduce como una economía pluralista, como síntesis del liberalismo y del
colectivismo.
Esto es de comentarse porque la
ciudad y la sociedad personalista que Mounier anhela tienen que considerar el
factor económico como parte del desarrollo de los pueblos. Según sus palabras, el personalismo
conserva la colectivización y salvaguarda la libertad apoyándola en una
economía autónoma y flexible en lugar de adosarla al estatismo. La economía
personalista admite, pues, en estricta correspondencia con lo enunciado, dos
sectores: un sector planificado,
destinado a la producción del mínimo vital, y un sector libre, donde actúan, sin amenazar el mínimo vital de las
personas, la libre creación y la libre emulación. En este sentido, podemos
decir que la economía personalista pensada por Mounier se aproxima al concepto
constitucional que subyace en la denominación “economía social de mercado”.
Mounier bien pudo haber dejado que
la posteridad se encargue de enunciar unos ciertos principios de un “mundo
mejor”, pero se tomó la molestia de “soñar” en concreto su sociedad
personalista, y para ello estableció expresamente los principios de un régimen
personalista. Soñador o no, lo cierto es que Mounier por su doctrina
personalista ha dejado un legado difícil de ignorar en la civilización
occidental de cultura judeocristiana. Y pensar que hasta hace poco corría el
riesgo de ser totalmente olvidado, pero por algo la corta vida de Emmanuel
Mounier tuvo un profundo impacto en el panorama filosófico de la Europa
moderna. Al decir de muchos, su preocupación no era el formular un nuevo
sistema de economía o el diseñar un estado utópico fuera de la tierra de
desecho social de la Europa de postguerra, sino el buscar preservar la dignidad
humana que la Primera Guerra Mundial había desestabilizado. Y es que Mounier buscó
no sólo los principios de la fe cristiana para apoyar sus argumentos, sino
también a un tipo de filosofía humanística, las cuales le ayudaron en su ataque
a la desesperación y existencialismo “ateo”. Su trabajo serviría más adelante
de inspiración para muchos, incluyendo al Papa Juan Pablo II, y otras connotadas
figuras de religión institucionalizada.
Entre
las principales obras de Emmanuel Mounier tenemos:
§
Manifiesto al Servicio del Personalismo
(1938);
§
Personalismo (1952);
§
No Temáis: Estudios de Sociología
Personalista
(1951);
§
El Despojo de los Violentos (1955);
§
El Carácter del Hombre (1956);
§
Oeuvres, 4 vols. (1961-63).
Algunas de sus obras son de edición
póstuma, pero tal bagaje constituye la herencia intelectual de Emmanuel Mounier
para los tiempos venideros.
1. El
artículo fundamental.- La doctrina personalista de Mounier no parece
haberse quedado al mero nivel de los enunciados teoréticos, propios de
“intelectuales soñadores”, cuando damos lectura a la Constitución Política del
Perú, específicamente en lo que concierne al TITULO I, denominado “DE LA
PERSONA Y DE LA SOCIEDAD”, CAPITULO I (DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA),
en su primer artículo, como sigue a continuación:
“ Artículo 1.- La defensa
de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la
sociedad y del Estado. ”
Si
bien se ha modificado la redacción constitucional respecto al artículo 1 de la
Constitución Política de 1979, que decía que la persona humana es el fin supremo de la sociedad y del Estado, y que
todos tienen la obligación de respetarla y protegerla, el fondo de lo
preceptuado resulta siendo lo mismo, cuando el referente máximo viene a ser la
persona humana, pues el respeto de su dignidad no es concebible sin la
existencia de la primera (3).
La
distinción de la persona humana tiene sentido toda vez que existen otros tipos
de personas, como por ejemplo la persona jurídica. Más bien lo que sí amerita
un comentario es el orden de prelación que ocupa la persona humana en la actual
Constitución Política, así como en la inmediatamente anterior como es la
Constitución de 1979. Y es que, a diferencia de otras Constituciones Políticas
del Perú, en donde la redacción constitucional del primer artículo comenzaba
con la definición del Estado, en las dos últimas Constituciones éstas empiezan
con los derechos fundamentales de la persona, por lo que la ideología que las
asiste no es precisamente reflejo de una concepción estatista de la vida, sino,
por el contrario, reflejaría una cierta aproximación a una concepción
personalista, en ámbitos cercanos a la doctrina del personalismo cristiano de
Mounier.
En
ese sentido se puede decir que, por ejemplo, la Constitución Política de 1979 pretendía ser una Constitución
personalista y eminentemente cristiana (4).
Pero el personalismo de Mounier no es tan sencillo de asimilar en términos
de una recepción constitucional o no. En todo caso, el destacamiento de la
persona humana, que efectúa nuestra Carta Magna, hay que ubicarlo, en un plano
inicial, en la dimensión de la defensa irrestricta de los derechos humanos. La
doctrina personalista de Mounier en este sentido tiene enormes coincidencias
con el tema actual de los derechos fundamentales y constitucionales de la
persona humana, y en consecuencia el personalismo pudo haber sido asimilado
como corriente filosófica en nuestras dos últimas Constituciones Políticas. Sin
embargo, la doctrina de Mounier hace también hincapié en el correlato
correspondiente; esto es, a los deberes de la persona humana para consigo misma
y en relación con su comunidad.
Al
rescatarse la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad no se
hace sino cumplir con mandatos propios de religiones del amor como son el
cristianismo y el budismo, por ejemplo. Mas, al estar nuestra cultura inmersa dentro
la denominada civilización occidental, el referente directo viene a ser, pues,
el cristianismo, la religión fundada por el Cristo hebreo, aunque también
podríamos hablar del rescate de un auténtico humanismo, asentado en raíces de
justicia y compasión, para no citar religiones institucionalizadas que tienen
su propio historial de desencuentros prácticos respecto a sus enunciados
teóricos.
La
persona humana, tras las diversas guerras mundiales que asolaron la humanidad
del siglo XX, ha sido revalorada, pues sucede que en la última guerra mundial
los países se enfrentaron exhibiendo nada menos que doctrinas de Estado, como
el patente caso de Italia, Alemania o la antigua Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas –por citar sólo unos ejemplos-. Tales doctrinas de
Estado reducían al ser humano a meras piezas dentro de un engranaje mayor: el
Estado. El ser humano había sido concebido, en teoría y práctica, como simple
medio de la realización plena del respectivo Estado fascista, nazista o
socialista (estalinista).
Las
millones de vidas humanas perdidas en el altar del Estado nación con doctrina
sistémica y totalitaria han sido la experiencia necesaria y suficiente para que
se devuelva a la persona su dignidad inherente, que fue objetivamente
mancillada. La humillación concreta de las personas en las doctrinas de Estado
ha servido, pues, de incentivo para, desde una respuesta dialéctica, fomentar
precisamente lo contrario; es decir, la defensa y el respeto de la persona
humana, en su inmanente dignidad. Tal revaloración de la criatura humana tiene
que ver con el hecho de ser una parte especial en el ecosistema de la vida: una
parte pensante y sensible, que, desde el primer acto de asombro y planteamiento
acerca de su identidad, se reconoce como agente de conocimiento del mismo
universo infinito, eterno e increado.
Sin
ser necesariamente la cúspide de la evolución, el ser humano finalmente ha sido
revalorado por el propio ser humano, en un cierto cumplimiento de antiguos
preceptos religiosos y humanísticos.
El
artículo 1 de la Constitución Política del Estado peruano no hace sino
reconocer esa tendencia mayoritaria. El Estado es el medio; la persona humana,
el fin. Incluso, en la terminología constitucional, la sociedad se somete a la persona;
esto es, está para servirla en aras de su plena realización. En este último
sentido, podemos apreciar una cierta diferenciación para con la doctrina
personalista de Mounier, pues en ésta la
persona humana sólo puede encontrar su realización en la comunidad. No
es que la sociedad esté al servicio de la persona humana. La sociedad no existe
separada de la persona, ni la persona existe separada de la sociedad, dado que
el ser humano encuentra su plena realización en sociedad, así como la sociedad
se explica por medio del ser humano.
Está
claro que Mounier fue consciente de tal interrelación vital. La persona no
puede existir sin la comunidad, y la comunidad no puede ser concebida sin la
persona. Sólo el individualismo, recogiendo fraseología personalista, tiende a
la evasión y el aislamiento, no la persona. Sólo el liberalismo burgués
resquebraja a la comunidad en sectores privilegiados y pauperizados, no el
personalismo. Sólo el colectivismo aplasta al ser humano dentro de una
estructura monolítica que deja poco o ningún lugar para las cuestiones del
alma.
Sin
ser estrictamente personalista, la Constitución Política del Perú coincide con
muchos de los postulados de Emmamnuel Mounier. Sin estar necesariamente
enterados de la doctrina personalista, los legisladores constituyentes han
coincidido con el personalismo cristiano de Mounier en muchos de sus puntos.
Quizás sólo por eso este filósofo francés, hombre de buena voluntad y de buena
fe, “puede sonreír con cierta tranquilidad desde la eternidad”.
2. Los
derechos fundamentales de la persona humana.- La revaloración de la persona humana, efectuada
en la Constitución Política del Estado, se traduce de modo específico y puntual
en el articulado constitucional a través del artículo 2, cuando
se estipula que toda
persona tiene derecho:
2.1 “ A la vida, a su identidad, a su integridad moral, psíquica y física y a su libre desarrollo y bienestar. El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le favorece;
2.2 A la igualdad ante la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica o de cualquiera otra índole;
2.3 A la libertad de conciencia y de religión, en forma individual o asociada. No hay persecución por razón de ideas o creencias. No hay delito de opinión. El ejercicio público de todas las confesiones es libre, siempre que no ofenda la moral ni altere el orden público;
2.1 “ A la vida, a su identidad, a su integridad moral, psíquica y física y a su libre desarrollo y bienestar. El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le favorece;
2.2 A la igualdad ante la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica o de cualquiera otra índole;
2.3 A la libertad de conciencia y de religión, en forma individual o asociada. No hay persecución por razón de ideas o creencias. No hay delito de opinión. El ejercicio público de todas las confesiones es libre, siempre que no ofenda la moral ni altere el orden público;
2.4 A las libertades de información, opinión,
expresión y difusión del pensamiento mediante la palabra oral o escrita o la
imagen, por cualquier medio de comunicación social, sin previa autorización ni
censura ni impedimento algunos, bajo las responsabilidades de ley.
Los delitos cometidos por medio del libro, la prensa y demás medios de comunicación social se tipifican en el Código Penal y se juzgan en el fuero común.
Es delito toda acción que suspende o clausura algún órgano de expresión o le impide circular libremente. Los derechos de informar y opinar comprenden los de fundar medios de comunicación;
Los delitos cometidos por medio del libro, la prensa y demás medios de comunicación social se tipifican en el Código Penal y se juzgan en el fuero común.
Es delito toda acción que suspende o clausura algún órgano de expresión o le impide circular libremente. Los derechos de informar y opinar comprenden los de fundar medios de comunicación;
2.5 A solicitar sin expresión de causa la
información que requiera y a recibirla de cualquier entidad pública, en el
plazo legal, con el costo que suponga el pedido. Se exceptúan las informaciones
que afectan la intimidad personal y las que expresamente se excluyan por ley o
por razones de seguridad nacional. El secreto bancario y la reserva tributaria
pueden levantarse a pedido del Juez, del Fiscal de la Nación, o de una comisión
investigadora del Congreso con arreglo a ley y siempre que se refieran al caso
investigado;
2.6 A que los servicios informáticos,
computarizados o no, públicos o privados, no suministren informaciones que
afecten la intimidad personal y familiar;
2.7 Al honor y a la buena reputación, a la
intimidad personal y familiar así como a la voz y a la imagen propias. Toda
persona afectada por afirmaciones inexactas o agraviada en cualquier medio de
comunicación social tiene derecho a que éste se rectifique en forma gratuita,
inmediata y proporcional, sin perjuicio de las responsabilidades de ley;
2.8 A la libertad de creación intelectual,
artística, técnica y científica, así como a la propiedad sobre dichas
creaciones y a su producto. El Estado propicia el acceso a la cultura y fomenta
su desarrollo y difusión;
2.9 A la inviolabilidad del domicilio. Nadie
puede ingresar en él ni efectuar investigaciones o registros sin autorización
de la persona que lo habita o sin mandato judicial, salvo flagrante delito o
muy grave peligro de su perpetración. Las excepciones por motivos de sanidad o
de grave riesgo son reguladas por la ley;
2.10 Al secreto y a la inviolabilidad de sus
comunicaciones y documentos privados. Las comunicaciones, telecomunicaciones o
sus instrumentos sólo pueden ser abiertos, incautados, interceptados o intervenidos
por mandamiento motivado del Juez, con las garantías previstas en la ley. Se
guarda secreto de los asuntos ajenos al hecho que motiva su examen. Los
documentos privados obtenidos con violación de este precepto no tienen efecto
legal.
Los libros, comprobantes y documentos contables y administrativos están sujetos a inspección o fiscalización de la autoridad competente, de conformidad con la ley. Las acciones que al respecto se tomen no pueden incluir su sustracción o incautación, salvo por orden judicial;
Los libros, comprobantes y documentos contables y administrativos están sujetos a inspección o fiscalización de la autoridad competente, de conformidad con la ley. Las acciones que al respecto se tomen no pueden incluir su sustracción o incautación, salvo por orden judicial;
2.11 A elegir su lugar de residencia, a
transitar por el territorio nacional y a salir de él y entrar en él, salvo
limitaciones por razones de sanidad o por mandato judicial o por aplicación de
la ley de extranjería;
2.12 A reunirse pacíficamente sin armas. Las
reuniones en locales privados o abiertos al público no requieren aviso previo.
Las que se convocan en plazas y vías públicas exigen anuncio anticipado a la
autoridad, la que puede prohibirlas solamente por motivos probados de seguridad
o de sanidad públicas;
2.13 A asociarse y a constituir fundaciones y
diversas formas de organización jurídica sin fines de lucro, sin autorización
previa y con arreglo a ley. No pueden ser disueltas por resolución
administrativa;
2.14 A contratar con fines lícitos, siempre
que no se contravengan leyes de orden público;
2.15 A trabajar libremente, con sujeción a ley;
2.16 A la propiedad y a la herencia;
2.17 A participar, en forma individual o
asociada, en la vida política, económica, social y cultural de la Nación. Los
ciudadanos tienen,conforme a ley, los derechos de elección, de remoción o
revocación de autoridades, de iniciativa legislativa y de referéndum;
2.18 A mantener reserva sobre sus convicciones políticas, filosóficas, religiosas o de cualquiera otra índole, así como a guardar el secreto profesional;
2.18 A mantener reserva sobre sus convicciones políticas, filosóficas, religiosas o de cualquiera otra índole, así como a guardar el secreto profesional;
2.19 A su identidad étnica y cultural. El Estado
reconoce y protege la pluralidad étnica y cultural de la Nación. Todo peruano
tiene derecho a usar su propio idioma ante cualquier autoridad mediante un
intérprete. Los extranjeros tienen este mismo derecho cuando son citados por
cualquier autoridad;
2.20 A formular peticiones, individual o
colectivamente, por escrito ante la autoridad competente, la que está obligada
a dar al interesado una respuesta también por escrito dentro del plazo legal,
bajo responsabilidad.
Los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional sólo pueden ejercer individualmente el derecho de petición;
Los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional sólo pueden ejercer individualmente el derecho de petición;
2.21 A su nacionalidad. Nadie puede ser
despojado de ella. Tampoco puede ser privado del derecho de obtener o de
renovar su pasaporte dentro o fuera del territorio de la República;
2.22 A la paz, a la tranquilidad, al disfrute
del tiempo libre y al descanso, así como a gozar de un ambiente equilibrado y
adecuado al desarrollo de su vida;
2.23 A la legítima defensa.
2.24 A la libertad y a la seguridad personales.
En consecuencia:
a. Nadie está obligado a hacer lo que la
ley no manda, ni impedido de hacer lo que ella no prohíbe.
b. No se permite forma alguna de
restricción de la libertad personal, salvo en los casos previstos por la ley.
Están prohibidas la esclavitud, la servidumbre y la trata de seres humanos en
cualquiera de sus formas.
c. No hay prisión por deudas. Este
principio no limita el mandato judicial por incumplimiento de deberes
alimentarios.
d. Nadie será procesado ni condenado por
acto u omisión que al tiempo de cometerse no esté previamente calificado en la
ley, de manera expresa e inequívoca, como infracción punible; ni sancionado con
pena no prevista en la ley.
e. Toda persona es considerada inocente
mientras no se haya declarado judicialmente su responsabilidad.
f. Nadie puede ser detenido sino por
mandamiento escrito y motivado del Juez o por las autoridades policiales en
caso de flagrante delito.
El detenido debe ser puesto a disposición del juzgado correspondiente, dentro de las veinticuatro horas o en el término de la distancia.
Estos plazos no se aplican a los casos de terrorismo, espionaje y tráfico ilícito de drogas. En tales casos, las autoridades policiales pueden efectuar la detención preventiva de los presuntos implicados por un término no mayor de quince días naturales. Deben dar cuenta al Ministerio Público y al Juez, quien puede asumir jurisdicción antes de vencido dicho término.
El detenido debe ser puesto a disposición del juzgado correspondiente, dentro de las veinticuatro horas o en el término de la distancia.
Estos plazos no se aplican a los casos de terrorismo, espionaje y tráfico ilícito de drogas. En tales casos, las autoridades policiales pueden efectuar la detención preventiva de los presuntos implicados por un término no mayor de quince días naturales. Deben dar cuenta al Ministerio Público y al Juez, quien puede asumir jurisdicción antes de vencido dicho término.
g. Nadie puede ser incomunicado sino en
caso indispensable para el esclarecimiento de un delito, y en la forma y por el
tiempo previstos por la ley. La autoridad está obligada bajo responsabilidad a
señalar, sin dilación y por escrito, el lugar donde se halla la persona
detenida.
h. Nadie debe ser víctima de violencia
moral, psíquica o física, ni sometido a tortura o a tratos inhumanos o
humillantes. Cualquiera puede pedir de inmediato el examen médico de la persona
agraviada o de aquélla imposibilitada de recurrir por sí misma a la autoridad.
Carecen de valor las declaraciones obtenidas por la violencia. Quien la emplea
incurre en responsabilidad. ”
Además de lo exhaustivo de los derechos
enunciados, el artículo 3 de la Ley de
leyes establece que la enumeración de los derechos establecidos en el Capítulo
I del Título I no excluye los demás que la Constitución garantiza, ni otros de
naturaleza análoga o que se fundan en la dignidad del hombre, o en los
principios de soberanía del pueblo, del Estado democrático de derecho y de la
forma republicana de gobierno.
En
consecuencia, los derechos de la persona humana adquieren una destacable
amplitud, con cierta proyección hacia el infinito. Esto último ha ocasionado
choques con los intereses de la sociedad, y aun con los derechos de personas
distintas, por lo que se han puesto correctivos procedimentales a través de la
publicación del Código Procesal Constitucional, en lo que respecta a las
condiciones de ejercicio de la antigua acción de amparo. Pero esto es motivo de
otro trabajo. Lo que sí podemos decir es que el abuso de las acciones de amparo
se explicaría tal vez por una falta de desarrollo de la persona humana.
Mounier
con su doctrina personalista precisamente persigue el desarrollo integral del
ser humano, para convertirlo en “persona”; esto es, en una entidad humana
plenamente realizada. Resulta obvio que tal realización se daría en el contexto
de la comunidad; esto es, en un perfecto equilibrio entre los derechos y los deberes.
Las
declaraciones a favor de la persona humana, que lleva a cabo el texto
constitucional, en una línea lógica secuencial exenta de conflictos implicarían
un mundo societario en donde el hombre se ha desarrollado de tal manera que habría
suprimido, por ejemplo, la pobreza, la ignorancia y las guerras. Estaríamos
ante un mundo ideal, pletórico de justicia, paz y bienestar.
Pero
la contrastación con los hechos nos lleva a un mundo en caos social y
conflictos diversos. Y es que las ciudades urbanas se han convertido en “selvas
de cemento”, en donde cada cual vela con salvaje devoción por sus propios
intereses, cuando no importan los demás, sino solamente uno mismo, en una
competencia desleal, concebida contra los demás, y no alrededor del propio
desarrollo del individuo. En tal sentido, la comunidad podría ser vista como el
resultado lógico obligatorio de un
proceso de imposición de los más fuertes hacia los más débiles. Y es que la
comunidad se explica en primera instancia por la existencia previa física de
las personas naturales que la integran. Como se diría, la comunidad no es
concebible sin individuos que le den sustento a la misma, ya que la comunidad,
como tal, no pasa de ser un mero concepto que para no ser una ilusión necesita
de un carácter diferenciador, puesto que una simple reunión física de personas
no tiene porqué identificarse con lo que es o puede ser en sí la comunidad.
La comunidad, así
como el todo, no es una llana suma de las partes. Pensar o creer lo contrario
es caer en un simplismo exagerado que haría que llamásemos comunidad a simples
conglomerados de individuos que se pueden reunir partiendo por duros ánimos de
lucro extremo y terminando por no santos objetivos propios de bandas
delincuenciales. No se puede llamar comunidad a una simple reunión mecánica de
individuos porque tal reunión, por ser simple, no va acompañada de actos
concretos de solidaridad y preocupación por el destino de los demás. Las
actuales urbanizaciones o sectores urbanos de nuestras ciudades para ser
comunidades deberían de practicar esos actos, cumplir esos requisitos, más aún
cuando sus habitantes dicen profesar la fe católica o cristiana en general.
¿Dónde está la solidaridad? ¿Dónde está la
compasión o piedad? ¿Dónde el amor al prójimo? ¿En quiénes se ve el rostro
magnánimo de Dios? Y es que en los
actuales conglomerados urbanos, por ejemplo, en dos casas vecinas uno de sus
habitantes puede estar disfrutando, feliz de la vida, el logro de un doctorado,
mientras el otro, el vecino, puede estar apretando el gatillo de un arma de
fuego para poner fin, por mano propia, a su existencia.
Esa es la
lamentable realidad actual. Y el Estado brilla por su ausencia, a diferencia de
su omnipresente presencia a la hora de cobrar los tributos e impuestos. En ese
sentido, la comunidad puede ser vista como una imposición dirigida a guardar
las formas, para aparentar lo que no es real. El cristianismo formal de la
mayoría de los occidentales choca con la selva de cemento en que se han
convertido las calles de las ciudades y pueblos. El instinto de conservación de
los individuos, sumado a su ansia de poder y sojuzgamiento de semejantes,
marcan la pauta en las sociedades occidentales, de cultura judeocristiana. El
superhombre amoral, en la práctica de las cosas, es más considerado que el hombre
bueno y justo. Así de sencillo y simple. Nada más y nada menos. Puede parecer
cruel lo dicho. Pero es la verdad, y como tal, si hemos de querer cambiar el
estado de cosas al respecto, lo primero que tenemos que hacer, nos guste o no,
es aceptar la verdad. Luego surge el legítimo ¿por qué?. ¿Por qué se considera
más al superhombre amoral que al hombre bueno y justo? ¿Por qué el primero se
lleva los mejores lauros y los más ovacionados aplausos? ¿Por qué tal realidad
si en los códigos morales y religiosos se proclama lo contrario? ¿Por qué tal
realidad? ¿Por qué? ¿Por qué?
Luego está la
búsqueda de respuestas. Y en ese ánimo nos encontramos con la naturaleza
inherente al ser humano. Esa naturaleza dual, que tiende tanto al bien como al
mal, y propia de un ser en eterno conflicto desde los mismos albores de la
creación. Si bien es cierto que las nociones universales de bien y mal varían
de acuerdo al espacio y tiempo de que se trate, no se puede negar que el bien
está ligado a todo aquello que es propio de la bondad humana, y que el mal, por
el contrario, viene a ser la exacta correspondencia de la maldad humana,
entendida ésta como lo que, implicando actos de injusticia, busca el
sojuzgamiento y la destrucción de los demás. Es de resaltar que la destrucción,
en la época actual, se verifica desde el ataque y erosión de la imagen y
credibilidad de las personas hasta el asesinato por encargo vía sicarios
profesionales.
El relativismo
sobre el bien y el mal ha sido y es utilizado hábilmente por los convenidos y
vendidos de siempre, esos que, a lo largo de la historia, han pululado como
gérmenes y que han medrado entre las ruinas de cada una de las civilizaciones. Para
los mercenarios de la vida, no hay mejor arma ideológica que el relativismo.
Desde los niveles primarios de las abstracciones hasta la universalidad de las
filosofías, para tales mercenarios y convenidos de siempre es importante que el
relativismo alcance el rango de principio universal, vigente más allá de las
formalidades institucionales de las contemporáneas sociedades occidentales u
orientales, porque de ese modo tienen cierta autorización implícita para actuar
sin mayores dificultades.
Como el ser humano
tiende, en términos generales, tanto al bien como al mal, el relativismo es un
arma ideológica mortal. Sin embargo, las diferencias entre lo que es bien y mal
en diversas culturas y personas son en realidad de forma, no de fondo. Si hemos
de hablar de fondo, queda claro que el bien es uno solo a través de todas las
eras, lo mismo sucede respecto al mal. Pese a ello, los traficantes y
mercenarios de la vida destacan las formas por encima del fondo para entronizar
el relativismo en el imaginario de los pueblos con el único fin de justificar
los saqueos de las sociedades humanas. Mantener a la gente en la ignorancia
respecto a lo que se esconde detrás del relativismo es tarea de los vendidos de
siempre, aunque hay que tener cuidado en la vehemencia al condenar el
relativismo porque no está lejos el caer en el otro extremo, el cual es el
absolutismo propio de Estados tiranizantes y opresores de la libertad
individual de las personas. En tales formas de gobierno opresoras y tiranas,
también se destacarían las formas sobre el fondo pero respecto al absolutismo
de señalar una sola manifestación de bien, a la cual todos deben considerar
como único y universal referente a la hora de realizar los actos y hechos
concretos. No obstante que puede haber buena fe en ello, no obstante que, en un
principio, pueden haber existido buenas intenciones, las sociedades y Estados
en los cuales rige el absolutismo van a engendrar en su mayor parte individuos
fanáticos y cerrados en esquemas estrechos de concepción, pues habrán, a manera
de reacción, minorías reacias a ser
regidas por el totalitarismo de considerar una única forma o manifestación de
bien.
Mientras esperamos
el logro de mejores sociedades, y por ende de mejores seres humanos, la
realidad es inclemente y cruda. Y quizás por eso mismo urge actuar, más que
nunca, con fe en un futuro construido por nosotros mismos, cuando nuestros
actos se dirijan hacia el sol de los ideales imperecederos, hacia el sol de los
tiempos nuevos.
1. La filosofía personalista constituye para algunos el síntoma y para otros
la respuesta a esa situación de nihilismo, cuando ni la soledad, ni la muerte
permiten responder a la pregunta por el sentido, y la “persona” se divisa en el
horizonte conceptual como alternativa a la crisis de la modernidad.
2. El personalismo se
constituye a su vez como lo contrario al colectivismo, donde el sujeto se
convierte en número, y como lo contrario al individualismo, que nos vuelve
incapaces de comunicarnos entre nosotros mismos como entidades inexorablemente
relacionadas entre sí.
3. Para Mounier, el individividuo es la dispersión de la persona
en la materia, dispersión y avaricia. La persona no crece más que purificándose
del individuo que hay en ella. Contra el individualismo, propio de una sociedad
despersonalizada, se reivindica a la “Persona” como ser concreto (no subjetivo)
y por ello relacional y comunicativo, es decir, “comunitario”.
4. El personalismo, luego de desechar
gramaticalmente el término “individuo” para referirse al ser humano en
solitario, aislado como unidad teniendo en cuenta la humanidad como referencia
máxima con la cual cotejar, centra sus esperanzas en el término lingüístico
“persona”. Sin embargo, desde una perspectiva de análisis de fondo del lenguaje, el “individuo” que Emmanuel Mounier condena y ataca es lo mismo que la
“persona”. Sólo que para este autor personalista se hizo necesaria la creación
de un término que simbolice lo que él precisamente trataba de poner en duda
abierta y en franca oposición a su doctrina, obviamente con fines de ubicar
claramente al “enemigo” principal, al cual ya se podía destinar los más
cruentos ataques en el mundo de lo intelectual.
5. Razones no le
faltan a Mounier para criticar duramente al individualismo burgués, pero este
mismo autor francés reconoce a plenitud que, por ejemplo, la era individualista
ha partido de una fase heroica, pues su primer ideal humano, el héroe, es el
hombre que combate solitario contra potencias masivas, y en su combate singular
hace estallar los límites del hombre.
6. El Estado, para la doctrina
personalista, no es la nación, ni siquiera es una condición que debe ser
cumplida antes de que la nación pueda llegar a existir. Al decir de Mounier,
sólo los fascistas proclaman abiertamente que su meta es el bien del Estado.
Pero desde una visión humana de la historia, el Estado es aquello que le da
objetividad, fuerza y concentración, a los derechos humanos; emergiendo
espontáneamente de la vida de los grupos organizados, y en este respecto, viene
a ser la garantía institucional de la persona. El Estado está hecho para el
hombre, no el hombre para el Estado, así como la economía está destinada para
servir al hombre, y no el hombre al servicio de la economía.
7. En terminología de Mounier,
la nación viene a ser el “abrazo” que reúne a la abundancia de sociedades
diversas alrededor de las personas (sociedades económicas, culturales,
espirituales), bajo la unidad viva de una tradición histórica y de una cultura
particularizada en su expresión, con poder de cierta universalidad.
8. La
nación así se constituiría como el punto intermedio entre sociedad y Estado, alcanzando
su plena realización en una comunidad personalizada. Al fin de cuentas, Mounier
habla de una comunidad internacional, y del derrumbamiento del Estado
nación.
9. El personalismo conserva la colectivización y salvaguarda la libertad
apoyándola en una economía autónoma y flexible en lugar de adosarla al
estatismo. La economía personalista admite dos sectores: un sector planificado, destinado a la
producción del mínimo vital, y un sector
libre, donde actúan, sin amenazar el mínimo vital de las personas, la libre
creación y la libre emulación. En este sentido, podemos decir que la economía
personalista pensada por Mounier se aproxima al concepto constitucional que
subyace en la denominación “economía social de mercado”.
10. El
destacamiento de la persona humana, que efectúa la Constitución Política del
Perú, hay que ubicarlo, en un plano inicial, en la dimensión de la defensa
irrestricta de los derechos humanos. La doctrina personalista de Mounier en
este sentido tiene enormes coincidencias con el tema actual de los derechos
fundamentales y constitucionales de la persona humana, y en consecuencia el
personalismo pudo haber sido asimilado como corriente filosófica en nuestras
dos últimas Constituciones Políticas (de 1979 y 1993). Sin embargo, la doctrina
de Mounier hace también hincapié en el correlato correspondiente; esto es, en los
deberes de la persona humana para consigo misma y en relación con su comunidad.
11. El artículo
1 de la Constitución Política del Estado peruano no hace sino reconocer la tendencia
mayoritaria del respeto de los derechos humanos. El Estado es el medio; la
persona humana, el fin. Incluso, en la terminología constitucional, la sociedad
se somete a la persona; esto es, está para servirla en aras de su plena
realización. En este último sentido, podemos apreciar una cierta diferenciación
para con la doctrina personalista de Mounier, pues en ésta la persona humana sólo puede encontrar su realización en la
comunidad. No es que la sociedad esté al servicio de la persona humana.
La sociedad no existe separada de la persona, ni la persona existe separada de
la sociedad, dado que el ser humano encuentra su plena realización en sociedad,
así como la sociedad se explica por medio del ser humano.
12. Sin ser
estrictamente personalista, la Constitución Política del Perú coincide con
muchos de los postulados de Emmamnuel Mounier. Sin estar necesariamente
enterados de la doctrina personalista, los legisladores constituyentes han
coincidido con el personalismo cristiano de Mounier en muchos de sus puntos.
(1) Respecto a los esquemas estrechos de
concepción a través de la historia podemos citar a la oscuridad filosófica y
científica imperante en la Edad Media, en donde, por ejemplo, se llegó a
afirmar como dogma que la tierra era plana y que las estrellas y demás cuerpos
celestes giraban alrededor de nuestro planeta.
(2) Sobre la problemática del lenguaje, es
de destacar que, por ejemplo, para Ludwig Wittgenstein no existe un
lenguaje ideal, perfecto, que nos mostraría la esencia del lenguaje, lo que el
lenguaje realmente es y cuyo descubrimiento sería el objetivo final de la
investigación sobre el lenguaje. Los estudios de este filósofo sobre el
lenguaje han hecho revalorar la importancia del lenguaje ordinario y el lugar
que el uso ocupa en el tratamiento del mismo. En ese sentido, el “individuo”
que Emmanuel Mounier condena y ataca es lo mismo que la “persona”. Sólo que
para este autor personalista se hizo necesaria la creación de un término que
simbolice lo que él precisamente trataba de poner en duda abierta y en franca
oposición a su doctrina, obviamente con fines de ubicar claramente al “enemigo”
principal, al cual ya se podía destinar los más cruentos ataques en el mundo de
lo intelectual.
(3) Los conocidos hermanos Chirinos Soto
al respecto señalaban que la persona no puede ser, como tal, fin de la sociedad
ni del Estado, pues la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad
sí pueden ser no sólo uno de los fines,
sino el fin supremo de la sociedad y del Estado. Con tal tautología, no queda
mucho por agregar, salvo el hecho de que lo más propio seria hablar de una
realización plena del ser humano como objetivo máximo de la sociedad y el
Estado peruanos.
(4) CHIRINOS SOTO, Enrique
y Francisco Chirinos Soto. Constitución
de 1993: Lectura y Comentario. Lima – Perú. 1997. p 17.
·
CHIRINOS SOTO, Enrique y CHIRINOS SOTO, Francisco. 1997. Constitución de 1993:
Lectura y Comentario. 4ª e. Lima – Perú. 545 pp.
·
GUEVARA VASQUEZ, Iván. 2004. El Ocaso de los Maestros. 1ª e. Río
Santa Editores. Chimbote – Perú. 216 pp
·
MOUNIER, Emmanuel. 1938. Manifiesto al Servicio del Personalismo. Traducción
de Julio D. González Campos. Ed. Taurus. 371 pp.
Iván Guevara Vásquez
Profesor de derecho y
metodología de la investigación científica en la Escuela de Posgrado de la
Universidad Nacional de Trujillo – Perú, y en la Escuela de Posgrado de la
Universidad Inca Garcilaso de la Vega de Lima – Perú (Trabajo realizado en Agosto del 2004).
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